Y a esa edad ni el viento friolento, ni la hora
atardecida eran capaces de impedir que esos cuerpos jactantes de torsos
desnudos hicieran bacilar mi temple libidinoso, carente de afecto y placer
sexual, que completamente agradecido vislumbraba tetillas morenas erectas por
la brisa y penes acomodados por shorts cuadriculados. Hubiese querido ser como
ese puto perro playero que se abalanzaba entre pieles saladas remojadas por el
mar, mientras el verano se acercaba y yo no hacía más que agradecer por esas
juventudes que dejaban entrever nalgas fibrosas apegadas al bañador. Completamente
excitado, dejaba fluir mis fantasías de piel contra piel y uñas contra carne.
Aunque las mías ya demacradas por tanto sol y ajetreo de casi cincuenta veranos
concluidos, seguían sacando filo a la espera de una buena presa. Y entre
alucinaciones solares costaba comprender que ya no era yo quien desfilaba en
disimulo ante viejos de hocico putrefacto, ni era motivo de codicia o tentación
erótica. Pues no era yo por el que extraños se corrían la paja con manos entre
los bolsillos de buzos deportivos. Más bien era yo quien miraba por sobre
anteojos, esperando el momento y segundo en que restregasen sus manos sobre los
oblicuos para quitarse la arena y se encontraba escribiendo en una escalera
arenada de peldaños orinados, con un cuaderno robado y un lápiz prestado. Solo,
inmerso en una ciudad ajena de tristes fantasías juveniles dormidas.
Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO
APARTE