Él ya se había dormido. Su amante apaciguaba
su despertar en cada suspiro. El hombre, si es que hombre, era celoso, tanto
así que llegaría a los golpes por una simple partida mutua de ajedrez en línea
con un desconocido. Su hombre era perfecto, perfecto al menos para el común
denominador del ciber infiel regular chileno, aun así temía de las patologías
sobre amatorias del pantruqueño pocahontas playanchino, las mismas que lo
hacían esconder teléfono, billetera, computador, hasta papel higiénico hecho
bolas, que el detectivesco hombresuelo revisaba en caso de que los mocos secos
no perteneciesen a su media sandía.
El amante, años mayor, tampoco era un
canapecito de dios, dejémoslo en claro. De vez en cuando le gustaba regocijar
su vulgar intelecto diario popular, entre la barbarie cola porteña liceana del
carelibro facebookeano, pero aun así amaba al cola mestizo espinilludo, al cual
demostraba querer entre apodos, cachamales y garabatos grafiteros. Ambos
sufrían y se pololeaban a su modo, qué sé yo. En cosas del amor, cada quién
juega su roll. La cosa es que el hombre demostraba ser duro como piedra, tanto
como él mismo hubiese deseado sentir su propia pichula envenada y borde
protuberante taladrar a hierro seco las pompas “casi”, “semi”, “por un pelo”,
“por unas culeadas locas”, virginales, del pequeño tres pelo en pecho. Mientras
que el chicuelo era todo lo contrario. Sensible cual glande recién
desprepuciado bajo la ducha teléfono del cité a cielo abierto que le ofrecía su
mirador tierra granulada, ubicado en las periferias del Playa Ancha
tradicional. Polos opuestos se atraen, decían por ahí, y aquí daba lo mismo
quien fuese el más o el menos, si juntos eran dinamita pura. Uno con su
experiencia cuatroperillezca y el otro con sus locas ganas de aprender a
reglazo fresco las clases del dos más dos son cuatro y en cuatro chum pa´
dentro, que le enseñaba con vocación de Santa Teresa de Calcuta su profesorcito
ito ito, mientras el otro aprendía a restar con un par de coquitos. Y el guacho
chico era re aplicado, como mateo JUNAEB. Si llegaba tempranito a su lección,
con olorcito a AVON, LEBEL u ORIFLAME. Lo que estuviese al alcance de su mami,
que lo mandaba con el platanito peláo, listo para dejarlo brillosito sobre el
escritorio del Mister. Pero como todo primer alumno de la clase, algo malo
debía tener, y es que el auto proclamado presidente de curso era egoísta como
él solo y no le gustaba compartir su lechesita de vainilla, calentita, que
esperaba a primera fila apenas tocaba la colación. “Compartir es vivir”, le
decía con aires de pedagogo de la universidad de la vida, su amante amado amor,
mientras el pequeño cola, indignado se sacaba el uniforme del hermano chico y a
ceño fruncido y taimaduras típicas de esas de veinteañeros que les cuesta
asumir que ya hace rato pasaron la pubertad, decía que ya no quería jugar más,
pero al otro día llegaba vestido de enfermero, bombero, o astronauta, lo que le
diese su loco imaginario de artista calleja, tan creativo, tan bueno pal webéo,
si él era como tonto pal que ya escribí, y era eso mismo lo que traía vuelto
creisi a su pololo sin nombre. Porque el otro hombrón también le daba su color
y decía que no le gustaba ponerse nombres, ni etiquetas, que eso al final
arruinaba la relación y se iba de nuevo en sus discursos neo liberales, neo
chuper locos, neo hippie de whatsapp. Y qué, si al final igual los dos se daban
como coca express de pobla, se les derretía el YORK y compartían arrumacos,
añuñucos y hasta sus mocos.
A la parejita le gustaba pelear, a veces
creo que ellos pensaban que así se fortalecía su relación inbautizada, y entre
celopatías, burlas y desprecios, más trataban el uno al otro de demostrarse
cuanto se querían en No Secreto. Si “un error lo comete cualquiera”, “lo
importante es perdonar”. Uno culpaba su madurez, el otro a su inexperiencia. A
la larga la culpa la tiene cualquiera, si no es el chancho es el que le da el
afrecho. No tengo idea que es eso, pero al que madruga dios le ayuda y aquí ya
son las cero tres.
A él le gustaba escribir, culear, comer y
dormir. A su amante dormir, comer, culear, luego escribir. Y en eso estaba
cuando el otro despertó y no le gustó lo que leyó.
PD:
♥
Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE