martes, 7 de enero de 2014

Mi LOLA



   Tenía quince años y el típico síndrome de pendejo EMO de querer matarse. En voláh, sólo para llamar la atención, lo asumo. Ya saben, la vieja historia de que tus viejos son separados, a tu papá no lo ves hace caleta de tiempo y tu mamá trabaja tanto que ni siquiera sabe que te cargan esas mierdas de pasteles con marrasquino que te trae a diario y que teníh que pasar con un tazón gigante de té para no hacerle el desprecio.

   Dos y media de la mañana, pesco mi celular y despierto a mi vieja. Mamá, dígame Te quiero. Le corto, sigo caminando y cuando despabilo un poco doblo por la calle donde está la Teletón. La cabeza no me da más, todo me da vueltas, veo borroso y en eso cacho la sombra de un montón de weónes que se me vienen acercando. Conchetumare, cagué, me van a asaltar. Trato de mantenerme vivo, pero ya están muy cerca. ¿Teníh quinientoh? ¿Teníh monéa? ¡No me hagan nah, weón! ¡No tengo plata! Son quinientoh. Lo chupamos por quinientoh. Entonces abro un poco más los azules y cacho que un montón de travestis me tenían rodeado, caigo de rodillas y me pongo a llorar. Todas se rieron, todas menos una, La LOLA. Las despachó a todas en un dos por tres, me sentó en la vereda y me secó las lágrimas. Conversamos tanto que no me di ni cuenta cuando ya estaba claro. Entonces por primera vez desde que era pendejo sentí ese calor de madre, ese que ni mi propia madre había sido capaz de darme. En ese momento supe que nunca iba a dejarla sola, porque ella era MI LOLA.



Fragmento de "Tres Tristes Travas"
Por PUNTO APARTE