miércoles, 8 de agosto de 2012

Barco de Papel

     Entre hojas caídas de otoños ventisqueros, salpicando los charcos, peldaño a peldaño de escaleras trizadas, imaginando escudos y espadas por los basurales de la quebrada parque más cercana a su casita de colores, pintada como una más por las fotografías de los cerros. Por esos lugares, tan comunes, tan propios de su infante imaginación, corretea el niño con su fiel él mismo, creando mundos aventureros de fantasías al viento, entre olores y matorrales, perros y palomas como monstruos articulados por el hambre. Sin ningún cariño, sin ni una mirada, se vuelven compañeros, sin quererlo, sin notarlo en el día a día, al salir de la escuela. Por esos tiempos el internet es casi desconocido, para esos alejados sectores de los cerros, más un para un niño enguachado por el trabajo de sus padres, que lo obliga e impulsa a crear fantasilandias en las plazas y guaridas secretas por los pasajes y rincones de su población solitaria de volantines y trompos.
     Con la cara entierrada y esa polera puesta a tirones, cuando la rutina juguetera se vuelve incomprensible ante su tradición patiperra, toda basura, toda rama, todas las piedras de su camino son televisadas en una promoción del libre pensar, y la felicidad se vuelve gratis con unas cuantas formas, colores y texturas entremezcladas para su deleite generoso. Con tan sólo un cordón de zapatos arrancado que lleva entre sus dedos, baja y sube apresurado el cerro, escalando sus diagonales ficticias y derribando aquellos muros inexistentes que bloquean su libre andar.
     Con las lluvias torrentes de esos inviernos noventeros, los bordes de sus veredas se tornan crecientes ríos que desembocan en las inundaciones del plan. Entonces él clava su bandera estrelli-rota en la cúspide de su real alcance, por las lomas de su cerro. Y un periódico papel como cualquier basura más, es doblado con exploraciones manufactureras hasta origamizar un barco letrado por frases en collage, hasta ser puesto sobre el agua que resbala calles abajo con sus sueños de tripulante descubridor y conquistador de rincones. Y atravesando obstáculos por cada esquina, sobre cada montículo de asfaltos rotos, cada segundo toman más velocidad. El niño y su barco, fusionados por la combustión fugaz de la alegría inocente que no pide mucho, que no anhela tanto, sólo juega y se deja llevar por la lluvia ensuelada que acarrea la mugre de su imaginar despertado por las bocinas del centro.
     De subida, la travesía es distinta. Y aunque el camino puede ser siempre el mismo, cada vuelta él la vive como un desafío indezafiado de sus pasos que sin darse cuenta, se agrandan en cada pisar, aplastando de a poco sus ganas de vencer hasta lo imposible.


Ahí uno quiere puro ser capitán de su propio barco. Y como si este fuese de papel, salir disparado cerro abajo atravesando todos los obstáculos que se te crucen hasta llegar a los mismísimos pies del que te vio crecer, mirar para arriba y decir, subamos de nuevo para sentir la adrenalina…”

(Punto Aparte, "Barcos de Papel", 2013)


Relato incluido en el libro “Valpoapartado”

Por Punto Aparte



(Raúl Vera)