miércoles, 19 de febrero de 2014

El Super



   Carne vegetal, sopas para uno, un par de hallullas, medio kilo de fruta, da lo mismo cual. Uno que otro yogurt o empanada, para de vez en cuando variar al picadillo salado. Weás rápidas, lo típico como para un hombre solo, como para un treintón soltero. Siempre me pregunto si es que él lo notará y me encanta creer que sí.
  Paradero nueve, mi cerro, el de siempre, sólo que esta vez con el toque modernista del supermercado poblacional. Casi incrustado a media quebrada, intentando hacer juego con las mediaguas colorientas que lo circundan y viendo fallecer venta a venta a los almacenes del viejo Carlos y la Tía Margarita.
   Todos los días, volviendo del trabajo, se me hace imprescindible arrastrar algún producto por el metálico reluciente de las cajas del nuevo local. Puede ser cualquiera, lo que importa es lo que me espera al final con sus manos curtidas de cortar pita, amarrando cajas. Sus dedos retambaleándose sobre el plástico logotipeádo del holding empresarial, que por arte del subdesarrollo y el disque progreso, intenta tomarse la periferia con sus tarjetas de pulpería del nuevo siglo.
   Pantalón de jeans, polerita azul, el último botón abierto al cuello deja entrever una cadena barata con la imagen de una virgen. Lleva unos zapatos negros que me hacen fantasear que aún es escolar, pero tiene veinte, lo sé. Lo he escuchado entre las largas filas que acompañan mi jotéo diario del volver a casa. A veces hasta antes de ir, paso a mi humilde techumbre de latón y me arreglo un poco. La mano de obra del nuevo edificio de la esquina me deja las manos y la ropa entierrada, engrasada, encementada, y yo debo tener mis manos pulcras cuando le entregue al guacho su merecida propina al rosarle su palma izquierda. Es zurdo el hombre, también lo he notado. Hace una artimaña con sus dedos con la que cierra cada paquete en fracción de segundos. Se mueve rápido, de vez en cuando toma un carro tan grande con su flacucho cuerpo despendejado, que hace pensar que se le irá en collera y en cualquier momento se agachara a recoger la gran cagada, mostrándome sus Boxer Milano con la raja marcada en sudor de tanto estar parado entre el viento acondicionado que se enclaustra para hacer juego con la música de paso zombie que ambienta el local.
   Viernes de Mayo, ocho y media de la noche. Una vieja rulienta, media coja, media mujer, se aproxima al jovencito luego de recibir orgullosa su boleta por donar tres pesos a una fundación de hámsters con hidrocefalia. Lleva cinco bolsas que no se ven tan pesadas, pero aun así le pregunta al muchacho si la ayuda con los paquetes, que su casa no pasa las cuatro cuadras, que le dará propina y un vaso de yupi frutilla, recién hecho, recién revuelto. Mi corazón se acelera esperando la respuesta y al seguro “Claro, vamos”, del veinteañero, mi lengua inquieta hace cancelar la compra oblea chocolate a la señora Nancy, según la tarjetita que se engancha unos centímetros más arriba del pezón de la cajera. Me aproximo hasta mi hogar, dulce hogar. Lavo la loza, estiro la cama, abro las ventanas, prendo un incienso, cambio los papeles del baño, una barrida loca y una ducha fugaz. Ha pasado algo más de una hora, yo vuelvo al super, emperifollado, cagado de hambre y con una venda café claro enrollando mi mano derecha. Esta vez son verduras, jugos en caja, fideos, arroz, azúcar, lo que sea que haga peso, mucho peso, necesito peso. Llego a la fila con el carro casi lleno y ahí está el patipelado de ojos negros, esperándome, mirando al jugo las latas de chela heladitas, recién sacadas del refrigerante. Avanzo, pago, no dono los pesos, pero los dejo en caja. El zurdito hace su show de los dedos rápidos con mis bolsas, dejando ocho hermosos paquetes que para mí son un regalo divino de San Cacha Express. ¿Me vay a dejar? Tengo la mano mala. Son tres cuadras no más. El super ya está cerrando le dice la Sita Berta al post puberto. Hago esta y me voy al toque. Nos vemos el Lunes. ¡Lotería! Grito en mi interior, escapándoseme el indio yankie que llevo dentro, tapado por el sudor alcoholizado de mi Paco Rabanne en oferta. Salimos por la pequeña puerta del blindaje metálico que ya bajó, a penas, el viejo guardia del recinto. ¿Fumái? Sí. ¿Queríh? Le pregunto mostrándole mis Pall Mall Click de doce. Cuando lleguemos, ahora tengo las manos ocupás. Responde riéndose, dejando ver su colmillo derecho montado al premolar. Yo con la aceleración ya no sé ni que digo. ¿Eríh de por aquí? ¿Estudiái? ¿Tení hermanos? No muchas preguntas para el poco recorrido, todas coronadas por un monosílabo, “Sí”. Llegamos. ¿Teníh perro? No, vivo solo. Deja las bolsas en la cocina, sí, es esa. ¿Puedo pasar al baño? Estoy que me méo. Dale, es la puerta de al fondo. Dejo las weás en las bolsas y me preocupo sólo de meter las latitas al frío, dejando dos afuera. Vuelve el guacho. ¿Queríh? ¿Me vay a pagar igual? Le paso cinco lucas, haciéndome el pudiente simpaticón, así como para caerle en gracia al chiquillo. Salúh entonces. Suena el crash y al primer sorbo se moja la polera. Tiene las axilas timbradas por el sudor del sobaco. Se ve tan rico ahí, todo pegajoso, como pa´ chuparle la chelita del cuello a lengüetazos, si hasta se le remarcó una tetilla. Mi sueño, mi fantasía, justo al frente, en mi casa, en mi comedor. Se toma la chela al seco, me mira con su cara ojerosa de joven poblacional y me dice “Estamos”. Cuando veo ante mis ojos desesperados que se empieza a dar la vuelta hacia la puerta, suena entre sus labios pegotes el comodín del “Ahora te acepto el cigarro”. ¿No te tinca una sombrilla, mejor? Un lucazo que le compré al cabezón drogo de la esquina. Pa´ la luna, buena voláh. ¿Qué le hace el agua al pescáo? Vamos al patio, mientras yo llevo cuatro chelas más con la esperanza de que esto vaya pa´ largo.




Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE


miércoles, 12 de febrero de 2014

De Plástico




   Dibujos animados. Pipiripao con su toque oriental de Heidi y Candy Candy, Hanna Barbera con los Picapiedra y su contraparte futurista atendida por la Robotina, Warner Bross con los Loney Tunes, Porky y su “Eso es to, eso es to, eso es todo amigos”, el Show de Tex Avery, pues como olvidar a Droopy y su inexpresiva felicidad. Las mismas caricaturas, tan repetidamente como el fondo dibujado a 24 cuadros por segundo que recorren los mismos personajes, las mismas veces, una y otra vez. El niño lo sabe, pero se ríe y se entretiene sabiendo que su padre de vez en cuando llega con algún VHS Disney Adventure para sacarlo de la rutina. Esta vez es La Sirenita y su canto angelical. Tan tierna, tan dulce, tan pobrecita queriendo ser lo contrario a lo que papi dios le regaló al nacer. Además es colorina, piensa el infante. ¿Eso existe? ¿Será teñida? Que peinadita se ve abajo del agua, le comenta el pequeño a su seis años mayor hermana que alucina con los bellos ojos celestes del Principe Eric y su sonrisa perfecta, su espalda perfecta, sus piernas perfectas, su culo perfecto, su todo tan perfecto, si hasta su mejor amigo es un perro felpudito felpudito, como la champa noventera que ha de guardar el tan sensual príncipe bajo sus ajustados pantalones azules.
   

   Es navidad y entre los View Master con sus diapositivas de autos y barquitos, entre tanto dinosaurio a cuerda de colección, rompecabezas, vehículos a control remoto, milicos verdes y tan de plástico como en la realidad, tanto juguetito y tanta webada, que el chiquitito abre sin parar con su sonrisa contratada, igual que la del ya sacado al baile Droopy, esperando que el hombre de los renos se apiade y le traiga aunque sea un robot para poder vestirlo con los pañitos de lana del comedor. Igual que tantos frustrados mini coliza que terminan odiando al pobre viejo navideño, y así como que no quiere la cosa empiezan a toquetear el set de My litlle Pony que le llegó a la hermana, o la nueva Barbie enfermera, gimnasta, abogada, cocinera, ama de casa, a veces puta, a veces sola, a veces con el morocho hombre sin paquete que le toca por sorteo, porque quién se fija en el Ken, si lo que importa es la Barbie con su rubio pelo bien largo para que dure harto cada vez que la princesa del hogar le baje lo artista y se las dé de peluquera. Pero ese año a la chicoca no le trajeron su anhelada Rosalba que es como tú de alta y su pelo crece para que puedas peinarla, no. A ella le trajeron la Barbie Sirenita. Muy original en su caja azul, muy sofisticada con su set invernal de ropa tejida en lana, pero que aun así la enrabiada pendeja tiró a la mierda, porque no venía con el culón del Eric, y que ella quería la Rosalba, y que los odiaba a todos, y que su mamá no le daba pan con manjar colún.
   Ahí quedó entonces la muñeca, bien vestidita con su traje versión humanoide de faldón azul, corsé negro y manguitas blancas traslúcidas. Paradita sonriente en la repisa rosa de la habitación de la peque, donde en misión Tortuga Ninja entraba el hermanito menor a buscar a su amada colorina cola de pez, con la que camuflada entre autitos de colores, el muchacho se pasaba la tarde peinando y probando atuendos, fingiendo los “Ruuum Ruuum” de los motores, cada vez que sentía a algún mayor acercarse al orgullo del taita. Ariel, se llamaba su nueva y plástica amiga subacuática. Ariel, si hasta nombre de hombre tenía la desgraciada, pero yacía muy de labios pintados y peto tropical. Estaban hechos tal para cual, teta y sostén. Hasta que una tarde de invierno, en esos años donde al menor le empezaba a picar un poquito de más el pilín, tomó a su amada de eterna sonrisa, montaron juntos su auto a pedales, donde las piernas del mocoso ya casi no entraban y la llevó al olvidado cuartucho de atrás, ese que quedaba atravesando el patio. La desnudó despacito, muy despacito casi pidiendo permiso, respirándole en la cara su congelado aliento vaporoso, como lanzándole a propósito el humo de un inhalado cigarro, y con la muchacha en pelota, el experimental polluelo se tendió en el piso entierrado, dejando prisionera a su cita entre el buzo pantalón y su suave pelvis pelada, esperando un par de minutos expectante de una realidad desconocida e inexplorada en su corta juventud. No habrán pasado más de dos vueltas de reloj, hasta que con las manos temblorosas y mientras intentaba devolverle sus ropajes revolcados por la aquietada acción, oyó la temida voz de su amachado padre, quién lo buscaba para salir a jugar al balón, y sabiendo que él jamás comprendería aquel tiernucho acto de amor que el chiquitín había cometido, el inocente desvirgado por la sexualidad censurada sin pezones de MATTEL, salió arrancando del lugar, dejando a su compañera sola, de patas abiertas, hocico a tierra, despeinada y a medio vestir.
   Pasaron algunas semanas hasta que la madre del niño, buscando quién sabe qué en el viejo cuarto al fondo del patio, encontró a la bella Ariel, ahora no tan bella, ahora hecha mujer. De cara al piso, los días borraron su eterna sonrisa. El pequeño avergonzado por aquel acto de cobardía, jamás nunca volvió a mirarla a sus gastados ojos, nunca al menos hasta que alertado por el estreno en señal abierta de Chucky el muñeco asesino, tomó temeroso a su antigua amiga y la botó en el basurero de la esquina.

   A la navidad siguiente su berinchuda hermana, finalmente recibió su medio metro de rubia Rosalba, haciendo florecer nuevamente el corazón confundido del ahora seis añero explorador muchacho, pero esa sin duda fue otra acalorada y experimental historia.



Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE


martes, 4 de febrero de 2014

Rocker Love

  

   Él revisaba el FLOG de su idealizado Rocker al menos unas veinte veces al día, sólo para ver si esas encadenadas caderas subían una que otra foto de sus ensombrecidos ojos achinados, tan de moda, tan cotizados al contacto intercambiado del fluor fucsia y al vampirizado blanco que lo hacían recordar al fallecido PINK, ese perro siberiano que le obsequiaron al cumplir los cuatro de edad. Mientras el amado Rockerito presumía ahí, tan esbelto, su tatuada anorexia en cada PIC, en cada uno de esos posteos llenos de grotescas palabras aludientes al modernismo del sexo, droga y Rock & Roll. Esas no tan formuladas frases que hacían al ciber fan desear mordisquear sus rasguñadas costillas marcadas por largas y enmaltecidas uñas del carcomido negro que sus chuecos dientes mordisqueaban entre el pixeleado flash. Te vas a F/F. El otro día me pareció verte. Buen look. Me encantan tus pantalones rotos ahí. Sí, justo ahí. ¿Das EME ESE ENE? Te agrego, tranqui. Esta cosa va algo lenta.
   Entonces un par de charlas otoñales subían el tono del fraseo intermitente de cada enviar. Tengo ganas. Yo también. Debe ser el calor. El calor incrementado por las risas, las preguntas y el envío de la pegada CAM. El emocionado joven desde un ciber y el tan deseado Rocker en su allegada casa entre los suburbios Placilleros de ese alejado sector de Valparaíso. Mientras, el clavado rostro de metálicos piercings guiñaba mordiéndose los labios, lamiendo con su atravesada lengua restos de la Becker que haciéndose el bakán bebía. Te quiero violenciar. Es hacerlo con violencia. ¿Lo habías oído? El hipnotizado muchacho que creía tener experiencia por juguetear de vez en cuando con sus primos del interior a todo respondía con un deseoso e inocente sí, sin imaginar que luego de un par de días de charla concretarían una amigable cita, sólo para conocerse un poco, y entre los ropiparchados amigos del popular Rock Star, quienes miraban con disimulado celo al moreno nuevo amigo de su gurú, se daba la anhelada instancia de compartir algunas chelas y ron limón en un depa del Gomez Carreño Viñamarino.
   Un alfombrado cuarto vacío, acompañado de una automática lavadora y un ventanal que iluminaba a penumbra las perforadas tetillas de ese sueño casi concreto, tan real como ambos penes erectos chocando en un combate isabelino, mientras sus lenguas recorrían en punta clavícula a clavícula, marcando a colmillazos el recorrido del ensalibado camino. Tirado a espaldas del suelo, yacía el ebrio adolescente ensoñado ante el alcohol que sobre sus formados abdominales el masoquista Rocker succionaba de sus inexplorados rincones, para luego contra la pared sentir apuñaladas sus englobadas nalgas, mientras gemidos como aullidos a la circular luna lo iban volviendo un enculado lobo.
   Cambio de habitación, la desarmada cama doble plaza de los dueños de casa, el reluciente baño ceramizado y la maderera gran mesa del comedor. Ya no quiero. ¿Tienes miedo? Al grito del silencio el vampirito de internet encendía un cigarro. Tranquilo. Traspasó el humo de garganta a garganta, mientras la ebriedad se hacía presente entre mordiscos labiales de las irritadas bocas que llevaban horas intercambiando corporales fluidos. Ahora era el domesticado Rocker quien se revolcaba boca abajo. Es tu turno. No puedo. ¿No quieres? Tengo miedo. ¿De mí? De enamorarme. Nos conocimos hoy. Pero hablamos hace días. Disfruta la noche. Eso hago. Podrías hacerlo más. Relájate. El lampiño culo flacucho del ciber amante fue tatuado con la deformada mandíbula el temor. El perforado Rocker afirmándose del mueble más cercano, aumentaba su lordosis apuntando al cielo y era tiernamente acariciado con las caderas de su acompañante. Ternura que al rato se volvió violenta entre estrenados mordiscos y sangrantes rasguños de piel que dejaban a ambos cuerpos tiritones. Antes del último aullido, el sodomizado piel de papel tragó la sangre blanquecina de la presa enrojecida. Su boca chorreante se iluminaba ante la enmarcada luna, que volvía a las bestias dóciles como los pubertos que en realidad nunca dejaron de ser.
   Fue así como desnudos y antes de cerrar sus ojos, ambos cuerpos sellaron su primer masoca noche en una foto que nunca recibiría el posteo del popular FOTOLOG, ni tampoco del venidero FACEBOOK. Sólo, luego de infinitas muchas noches después de ese choque de fríos maniquíes, al cumplirse otro año del natalicio del ya no amado Rockerito, la misma foto que sello el desvirgue del morocho cibernauta, sería subida a una dirección de internet cualquiera, deseándole, el ya no tan joven muchacho, un simbólico feliz cumple al ladrón de su castidad. Al Rocker, su primer y ya no On-line amor que aquella noche hizo arder su cuerpo, curando las heridas del rasguño con los restos de alcohol que vertía desde su perforada boca.  






Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE