Y ahí está la ebriada pareja calentona,
lamiéndose los cuerpos, degustando cada fragmento carnal de su otra mitad.
Intentan no hacer mucho ruido, pero el alcohol ya ha anestesiado la percepción
de su actual entorno amoroso, dando rienda suelta a sus gemidos y sonajeras de
catre reciclado.
En la casona de madera ya es natural oír
sonidos de amantes que tras encuentros sociales de fogones culturales shuper
artísticos hipones, poetizan el interior de ese ameno hogar que da cobijo a los
actores duros de cuerpo que desean que esas conocidas y reiteradas noches de
tertulia no culminen jamás.
Las paredes son de papel, y sí, algunas
realmente lo son y nunca falta el borrachín morboso con mala suerte que termina
solitario acariciando sus extremidades en alguna habitación de ese periférico
centro cultural. Y ahí parando la oreja, entre otras partes, se calienta
escuchando el dale que suena más próximo de ese orgásmico festival dionisíaco
que corona el final de la jarana. Pero la pareja mencionada lo olvida y poco le
importa que los oigan, de echo a veces hasta gritan el “viva la performance” a
toda voz, como si fuese un trofeo nocturno en la suavidad de su piel.
Ellos se aman, se desean. Se conocieron
prácticamente bajo ese techo enlatado, en uno que otro encuentro pasado, y
ahora, posar sus cuerpos sobre los mismos colchones que anidaron sus primeras
cachas, enciende y potencia su libido sexual de reencontrarse y reconocer sus
cavidades entre copetes.
Esta vez, el macho penetrador está muy ebrio,
y el receptor, deseante de las nalgas virginales de su acompañante, anhela con
vehemencia el poder un día, y por qué no esta noche, posar su glande en ese ano
regordete que guiña sus manos cada vez que embiste a su presa amada. El joven
más lúcido, aprovecha la oportunidad que le brinda esta instancia e intenta por
todos los medios profanar esa oscura y lampiña tumba que coquetamente y sin
querer queriendo lo invita a degustar. Primero es un dedo ensalivado que con
uñas cortadas, acaricia circular el entorno carnoso que lo saluda. Pero el
alcohol, los pitos, y el cigarro han hecho estragos en esa garganta que a
cuestas arroja gorgojos secos. Dos dedos, caricias, lamidas, nada funciona,
nada es suficientemente lubricador para consumar aquel acto vandálico de violar
la intimidad del deseo y en una acción desesperada, a hurtadillas, el calentón
muchacho se levanta entre la sonajera de tablas, mientras todos duermen. Se
dirige al baño, pero no hay jabón, ni cremas. Es natural en esos encuentros
bohemios del caserón, llevar hasta tu propio papel higiénico, ya que nunca
falta el desagradecido que termina por llevarse hasta el cepillo de dientes más
chascón que encuentre a su paso.
Segunda opción, directo a la cocina, pero no
hay aceite. Sólo restos de chela desvanecida, colillas y vasos rotos por
doquier. Abre el refrigerador y entre restos de leche y unas cuantas verduras,
un pote de mantequilla a medio usar, ilumina y vuelve a encender su mente
calenturienta de perversión pornográfica. Ahora, con los mismos dos dedos ya magullados,
restriega la suavidad del lácteo amarillento, con los que luego embetunará su
miembro rojizo, hinchado de puro amor. Y lubricado en grasas saturadas,
sigilosamente vuelve con su amante, penetrando su rica carne, que lo absorbe
como cual tostada hirviente deseante de más.
Ya es de mañana, o en realidad las doce y
algo de la tarde, pero los residentes post carrete sobrevivientes del mambo,
acostumbrados a la rutina de los vaciles mandragorezcos, saben que nunca es
tarde para compartir un fraternal desayuno comunitario en la mesa redonda en
donde no sé cómo siempre caben más de diez. Desayuno del día, batidos con
mantequilla, y la pareja culpando a la caña, alude entre risas culposas al “no
gracias, nosotros ya comimos”, y en un acto de disculpas indirectas toman una
escoba y se disponen a barrer restos de una de las tantas noches que como
siempre, auspicia sus encuentros fantasiosos del quererse hasta follar.
Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte