Dibujos animados. Pipiripao con su toque oriental de Heidi y Candy Candy,
Hanna Barbera con los Picapiedra y su contraparte futurista atendida por la
Robotina, Warner Bross con los Loney Tunes, Porky y su “Eso es to, eso es to,
eso es todo amigos”, el Show de Tex Avery, pues como olvidar a Droopy y su
inexpresiva felicidad. Las mismas caricaturas, tan repetidamente como el fondo
dibujado a 24 cuadros por segundo que recorren los mismos personajes, las
mismas veces, una y otra vez. El niño lo sabe, pero se ríe y se entretiene
sabiendo que su padre de vez en cuando llega con algún VHS Disney Adventure para
sacarlo de la rutina. Esta vez es La Sirenita y su canto angelical. Tan tierna,
tan dulce, tan pobrecita queriendo ser lo contrario a lo que papi dios le
regaló al nacer. Además es colorina, piensa el infante. ¿Eso existe? ¿Será
teñida? Que peinadita se ve abajo del agua, le comenta el pequeño a su seis
años mayor hermana que alucina con los bellos ojos celestes del Principe Eric
y su sonrisa perfecta, su espalda perfecta, sus piernas perfectas, su culo
perfecto, su todo tan perfecto, si hasta su mejor amigo es un perro felpudito
felpudito, como la champa noventera que ha de guardar el tan sensual príncipe bajo
sus ajustados pantalones azules.
Es navidad y entre los View Master con sus diapositivas de autos y barquitos, entre tanto dinosaurio a cuerda de colección, rompecabezas, vehículos a control remoto, milicos verdes y tan de plástico como en la realidad, tanto juguetito y tanta webada, que el chiquitito abre sin parar con su sonrisa contratada, igual que la del ya sacado al baile Droopy, esperando que el hombre de los renos se apiade y le traiga aunque sea un robot para poder vestirlo con los pañitos de lana del comedor. Igual que tantos frustrados mini coliza que terminan odiando al pobre viejo navideño, y así como que no quiere la cosa empiezan a toquetear el set de My litlle Pony que le llegó a la hermana, o la nueva Barbie enfermera, gimnasta, abogada, cocinera, ama de casa, a veces puta, a veces sola, a veces con el morocho hombre sin paquete que le toca por sorteo, porque quién se fija en el Ken, si lo que importa es la Barbie con su rubio pelo bien largo para que dure harto cada vez que la princesa del hogar le baje lo artista y se las dé de peluquera. Pero ese año a la chicoca no le trajeron su anhelada Rosalba que es como tú de alta y su pelo crece para que puedas peinarla, no. A ella le trajeron la Barbie Sirenita. Muy original en su caja azul, muy sofisticada con su set invernal de ropa tejida en lana, pero que aun así la enrabiada pendeja tiró a la mierda, porque no venía con el culón del Eric, y que ella quería la Rosalba, y que los odiaba a todos, y que su mamá no le daba pan con manjar colún.
Es navidad y entre los View Master con sus diapositivas de autos y barquitos, entre tanto dinosaurio a cuerda de colección, rompecabezas, vehículos a control remoto, milicos verdes y tan de plástico como en la realidad, tanto juguetito y tanta webada, que el chiquitito abre sin parar con su sonrisa contratada, igual que la del ya sacado al baile Droopy, esperando que el hombre de los renos se apiade y le traiga aunque sea un robot para poder vestirlo con los pañitos de lana del comedor. Igual que tantos frustrados mini coliza que terminan odiando al pobre viejo navideño, y así como que no quiere la cosa empiezan a toquetear el set de My litlle Pony que le llegó a la hermana, o la nueva Barbie enfermera, gimnasta, abogada, cocinera, ama de casa, a veces puta, a veces sola, a veces con el morocho hombre sin paquete que le toca por sorteo, porque quién se fija en el Ken, si lo que importa es la Barbie con su rubio pelo bien largo para que dure harto cada vez que la princesa del hogar le baje lo artista y se las dé de peluquera. Pero ese año a la chicoca no le trajeron su anhelada Rosalba que es como tú de alta y su pelo crece para que puedas peinarla, no. A ella le trajeron la Barbie Sirenita. Muy original en su caja azul, muy sofisticada con su set invernal de ropa tejida en lana, pero que aun así la enrabiada pendeja tiró a la mierda, porque no venía con el culón del Eric, y que ella quería la Rosalba, y que los odiaba a todos, y que su mamá no le daba pan con manjar colún.
Ahí quedó entonces la muñeca, bien vestidita con su traje versión humanoide de
faldón azul, corsé negro y manguitas blancas traslúcidas. Paradita sonriente
en la repisa rosa de la habitación de la peque, donde en misión Tortuga Ninja
entraba el hermanito menor a buscar a su amada colorina cola de pez, con la que
camuflada entre autitos de colores, el muchacho se pasaba la tarde peinando y
probando atuendos, fingiendo los “Ruuum Ruuum” de los motores, cada vez que
sentía a algún mayor acercarse al orgullo del taita. Ariel, se llamaba su nueva
y plástica amiga subacuática. Ariel, si hasta nombre de hombre tenía la
desgraciada, pero yacía muy de labios pintados y peto tropical. Estaban hechos
tal para cual, teta y sostén. Hasta que una tarde de invierno, en esos años
donde al menor le empezaba a picar un poquito de más el pilín, tomó a su amada
de eterna sonrisa, montaron juntos su auto a pedales, donde las piernas del
mocoso ya casi no entraban y la llevó al olvidado cuartucho de atrás, ese que quedaba atravesando el patio. La desnudó despacito, muy despacito casi pidiendo permiso, respirándole
en la cara su congelado aliento vaporoso, como lanzándole a propósito el humo
de un inhalado cigarro, y con la muchacha en pelota, el experimental polluelo
se tendió en el piso entierrado, dejando prisionera a su cita entre el buzo
pantalón y su suave pelvis pelada, esperando un par de minutos expectante de
una realidad desconocida e inexplorada en su corta juventud. No habrán pasado más
de dos vueltas de reloj, hasta que con las manos temblorosas y mientras intentaba
devolverle sus ropajes revolcados por la aquietada acción, oyó la temida voz de
su amachado padre, quién lo buscaba para salir a jugar al balón, y sabiendo que
él jamás comprendería aquel tiernucho acto de amor que el chiquitín había
cometido, el inocente desvirgado por la sexualidad censurada sin pezones de MATTEL, salió arrancando del
lugar, dejando a su compañera sola, de patas abiertas, hocico a tierra,
despeinada y a medio vestir.
Pasaron algunas semanas hasta que la madre del niño, buscando quién sabe
qué en el viejo cuarto al fondo del patio, encontró a la bella Ariel, ahora no tan bella, ahora hecha mujer. De cara
al piso, los días borraron su eterna sonrisa. El pequeño avergonzado por aquel
acto de cobardía, jamás nunca volvió a mirarla a sus gastados ojos, nunca al
menos hasta que alertado por el estreno en señal abierta de Chucky el muñeco
asesino, tomó temeroso a su antigua amiga y la botó en el basurero de la
esquina.
A la navidad siguiente su berinchuda hermana, finalmente recibió su
medio metro de rubia Rosalba, haciendo florecer nuevamente el corazón
confundido del ahora seis añero explorador muchacho, pero esa sin duda fue otra acalorada y experimental historia.
Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE