miércoles, 12 de febrero de 2014

De Plástico




   Dibujos animados. Pipiripao con su toque oriental de Heidi y Candy Candy, Hanna Barbera con los Picapiedra y su contraparte futurista atendida por la Robotina, Warner Bross con los Loney Tunes, Porky y su “Eso es to, eso es to, eso es todo amigos”, el Show de Tex Avery, pues como olvidar a Droopy y su inexpresiva felicidad. Las mismas caricaturas, tan repetidamente como el fondo dibujado a 24 cuadros por segundo que recorren los mismos personajes, las mismas veces, una y otra vez. El niño lo sabe, pero se ríe y se entretiene sabiendo que su padre de vez en cuando llega con algún VHS Disney Adventure para sacarlo de la rutina. Esta vez es La Sirenita y su canto angelical. Tan tierna, tan dulce, tan pobrecita queriendo ser lo contrario a lo que papi dios le regaló al nacer. Además es colorina, piensa el infante. ¿Eso existe? ¿Será teñida? Que peinadita se ve abajo del agua, le comenta el pequeño a su seis años mayor hermana que alucina con los bellos ojos celestes del Principe Eric y su sonrisa perfecta, su espalda perfecta, sus piernas perfectas, su culo perfecto, su todo tan perfecto, si hasta su mejor amigo es un perro felpudito felpudito, como la champa noventera que ha de guardar el tan sensual príncipe bajo sus ajustados pantalones azules.
   

   Es navidad y entre los View Master con sus diapositivas de autos y barquitos, entre tanto dinosaurio a cuerda de colección, rompecabezas, vehículos a control remoto, milicos verdes y tan de plástico como en la realidad, tanto juguetito y tanta webada, que el chiquitito abre sin parar con su sonrisa contratada, igual que la del ya sacado al baile Droopy, esperando que el hombre de los renos se apiade y le traiga aunque sea un robot para poder vestirlo con los pañitos de lana del comedor. Igual que tantos frustrados mini coliza que terminan odiando al pobre viejo navideño, y así como que no quiere la cosa empiezan a toquetear el set de My litlle Pony que le llegó a la hermana, o la nueva Barbie enfermera, gimnasta, abogada, cocinera, ama de casa, a veces puta, a veces sola, a veces con el morocho hombre sin paquete que le toca por sorteo, porque quién se fija en el Ken, si lo que importa es la Barbie con su rubio pelo bien largo para que dure harto cada vez que la princesa del hogar le baje lo artista y se las dé de peluquera. Pero ese año a la chicoca no le trajeron su anhelada Rosalba que es como tú de alta y su pelo crece para que puedas peinarla, no. A ella le trajeron la Barbie Sirenita. Muy original en su caja azul, muy sofisticada con su set invernal de ropa tejida en lana, pero que aun así la enrabiada pendeja tiró a la mierda, porque no venía con el culón del Eric, y que ella quería la Rosalba, y que los odiaba a todos, y que su mamá no le daba pan con manjar colún.
   Ahí quedó entonces la muñeca, bien vestidita con su traje versión humanoide de faldón azul, corsé negro y manguitas blancas traslúcidas. Paradita sonriente en la repisa rosa de la habitación de la peque, donde en misión Tortuga Ninja entraba el hermanito menor a buscar a su amada colorina cola de pez, con la que camuflada entre autitos de colores, el muchacho se pasaba la tarde peinando y probando atuendos, fingiendo los “Ruuum Ruuum” de los motores, cada vez que sentía a algún mayor acercarse al orgullo del taita. Ariel, se llamaba su nueva y plástica amiga subacuática. Ariel, si hasta nombre de hombre tenía la desgraciada, pero yacía muy de labios pintados y peto tropical. Estaban hechos tal para cual, teta y sostén. Hasta que una tarde de invierno, en esos años donde al menor le empezaba a picar un poquito de más el pilín, tomó a su amada de eterna sonrisa, montaron juntos su auto a pedales, donde las piernas del mocoso ya casi no entraban y la llevó al olvidado cuartucho de atrás, ese que quedaba atravesando el patio. La desnudó despacito, muy despacito casi pidiendo permiso, respirándole en la cara su congelado aliento vaporoso, como lanzándole a propósito el humo de un inhalado cigarro, y con la muchacha en pelota, el experimental polluelo se tendió en el piso entierrado, dejando prisionera a su cita entre el buzo pantalón y su suave pelvis pelada, esperando un par de minutos expectante de una realidad desconocida e inexplorada en su corta juventud. No habrán pasado más de dos vueltas de reloj, hasta que con las manos temblorosas y mientras intentaba devolverle sus ropajes revolcados por la aquietada acción, oyó la temida voz de su amachado padre, quién lo buscaba para salir a jugar al balón, y sabiendo que él jamás comprendería aquel tiernucho acto de amor que el chiquitín había cometido, el inocente desvirgado por la sexualidad censurada sin pezones de MATTEL, salió arrancando del lugar, dejando a su compañera sola, de patas abiertas, hocico a tierra, despeinada y a medio vestir.
   Pasaron algunas semanas hasta que la madre del niño, buscando quién sabe qué en el viejo cuarto al fondo del patio, encontró a la bella Ariel, ahora no tan bella, ahora hecha mujer. De cara al piso, los días borraron su eterna sonrisa. El pequeño avergonzado por aquel acto de cobardía, jamás nunca volvió a mirarla a sus gastados ojos, nunca al menos hasta que alertado por el estreno en señal abierta de Chucky el muñeco asesino, tomó temeroso a su antigua amiga y la botó en el basurero de la esquina.

   A la navidad siguiente su berinchuda hermana, finalmente recibió su medio metro de rubia Rosalba, haciendo florecer nuevamente el corazón confundido del ahora seis añero explorador muchacho, pero esa sin duda fue otra acalorada y experimental historia.



Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE