domingo, 15 de enero de 2017

Amigos, bien amigos



   Su primer felatio fue en el ascensor Los Lecheros, el mismo que hoy se encuentra quemado junto al holding de CENCOSUD. Durante esos años, en su plena decadencia de latón, él lo tomaba a diario para ir a jugar Dreamcast a casa de su mejor amigo, un compañero de la escuela básica a la que asistía muy cerca del sector. Aunque para ese entonces, ambos nunca se imaginarían que tantas partidas de consola y trabajos en pareja los harían terminar cometiendo aquel acto. Pero casi sin darse cuenta, fue así como al ritmo de Glup y su Grado 3, que para ese año era gran estreno, se la pasaban tardes enteras en el balcón del tercer piso de esa vieja casa del cerro. Mientras una linda vista a la ciudad y un mecedor sillón columpio los iba acercando afectuosa y morbosamente en su inocente vaivén.
   En la escuela, algo ya sospechaban de su puberta relación fraternal, tanto así que su profe jefe les impedía sentarse cerca durante las clases y sus compañeros de curso solían molestarlos con cachamales entre apodos maricones. Ambos chicos odiaban la educación física, y al parecer, el profesor del ramo también a ellos. Cada semana los hacía quedarse minutos después, guardando colchonetas y balones, mientras los demás alumnos se duchaban en los pedagógicos camarines, pero esto a ellos nunca les importó, y aprovechaban la soledad de la bodega para juguetear a las luchas, entre llaves de cuerpo y roces de buzo deportivo.
   Al salir de clases siempre caminaban juntos por la Avenida Argentina, compraban barquillos de a cien y entre lamida y lamida al dulce helado fruti-vainilla, miraban inquietos sus pegajosas lenguas acariciantes del chorriante fluido azucarado de la gamba gastada en esa sexualizada y rutinaria tradición diaria impulsada por su puberta y floreciente homosexualidad.
   Sobre el mencionado ascensor, cuyo piso oxidado daba la sensación de desfonde, escribieron tiernamente con corrector de lápiz y firmado con sus iniciales “AMIGOS POR SIEMPRE”. Y esa tarde de descendiente despedida, durante los pocos minutos del recorrido y musicalizado por el tambalear resonante de la vieja maquinaria, ocurrió el acto. La luz que entraba por el ventanal hueco, iluminaba la nuca del mamador que se movía tímida en el sellar de labios apretados, que envolvían el pene de su amigo del alma, y apenas un esquivo contacto visual, cargado de ternura, fue espantado al detenerse el cubículo. Entonces, en su repentina llegada al plan, casi como jugando, se pararon enérgicos y salieron corriendo del lugar muertos de risa.
   Ese año terminaban la básica y ambos escogerían un liceo de continuidad diferente. Así fue como con el tiempo perdieron el contacto y sólo un par de veces, varios años después volvieron a toparse en una de las micros de subían por el cerro vecino de sus andanzas, pero sólo algunas miradas esquivas, tales como las de aquella vez, fueron su saludo.

   Hoy, el joven mamador, ya más hombre, no sabe por qué, ni cómo, ni si sólo es una tierna casualidad, pero sobre los latones que clausuran la vieja entrada del incendiado ascensor Los Lecheros, puede leerse en blanco y con letra de niño “AMIGOS POR SIEMPRE”, sellado por dos iniciales de repetida consonante.

Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte