Su primer felatio fue en el ascensor Los Lecheros, el mismo que hoy se
encuentra quemado junto al holding de CENCOSUD. Durante esos años, en su plena
decadencia de latón, él lo tomaba a diario para ir a jugar Dreamcast a casa de
su mejor amigo, un compañero de la escuela básica a la que asistía muy cerca
del sector. Aunque para ese entonces, ambos nunca se imaginarían que tantas
partidas de consola y trabajos en pareja los harían terminar cometiendo aquel
acto. Pero casi sin darse cuenta, fue así como al ritmo de Glup y su Grado 3,
que para ese año era gran estreno, se la pasaban tardes enteras en el balcón del
tercer piso de esa vieja casa del cerro. Mientras una linda vista a la ciudad y
un mecedor sillón columpio los iba acercando afectuosa y morbosamente en su
inocente vaivén.
En la escuela, algo ya sospechaban de su puberta relación fraternal,
tanto así que su profe jefe les impedía sentarse cerca durante las clases y sus
compañeros de curso solían molestarlos con cachamales entre apodos maricones.
Ambos chicos odiaban la educación física, y al parecer, el profesor del ramo
también a ellos. Cada semana los hacía quedarse minutos después, guardando
colchonetas y balones, mientras los demás alumnos se duchaban en los pedagógicos
camarines, pero esto a ellos nunca les importó, y aprovechaban la soledad de la
bodega para juguetear a las luchas, entre llaves de cuerpo y roces de buzo
deportivo.
Al salir de clases siempre caminaban juntos por la Avenida Argentina,
compraban barquillos de a cien y entre lamida y lamida al dulce helado
fruti-vainilla, miraban inquietos sus pegajosas lenguas acariciantes del
chorriante fluido azucarado de la gamba gastada en esa sexualizada y rutinaria
tradición diaria impulsada por su puberta y floreciente homosexualidad.
Sobre el mencionado ascensor, cuyo piso oxidado daba la sensación de
desfonde, escribieron tiernamente con corrector de lápiz y firmado con sus
iniciales “AMIGOS POR SIEMPRE”. Y esa tarde de descendiente despedida, durante los
pocos minutos del recorrido y musicalizado por el tambalear resonante de la
vieja maquinaria, ocurrió el acto. La luz que entraba por el ventanal hueco,
iluminaba la nuca del mamador que se movía tímida en el sellar de labios
apretados, que envolvían el pene de su amigo del alma, y apenas un esquivo
contacto visual, cargado de ternura, fue espantado al detenerse el cubículo. Entonces,
en su repentina llegada al plan, casi como jugando, se pararon enérgicos y
salieron corriendo del lugar muertos de risa.
Ese año terminaban la básica y ambos escogerían un liceo de continuidad
diferente. Así fue como con el tiempo perdieron el contacto y sólo un par de
veces, varios años después volvieron a toparse en una de las micros de subían
por el cerro vecino de sus andanzas, pero sólo algunas miradas esquivas, tales
como las de aquella vez, fueron su saludo.
Hoy, el joven mamador, ya más hombre, no sabe por qué, ni cómo, ni si
sólo es una tierna casualidad, pero sobre los latones que clausuran la vieja
entrada del incendiado ascensor Los Lecheros, puede leerse en blanco y con
letra de niño “AMIGOS POR SIEMPRE”, sellado por dos iniciales de repetida
consonante.
Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte
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