domingo, 18 de mayo de 2014

Sacar a 100



   Avenida Argentina, ahuecada. Sí, pero no por eso, deja de soportar a las multitudes que Dominicalmente se pasean pisoteando su cemento enlechugado, entomatado, que regularmente, esos Porteñitos no se cansan de recorrer en busca del tesoro perdido en un afortunado a sacar a cien.



   Ya es Domingo, once de la mañana y esa caña post calle Blanco 236 de un carrete nocturno, no le impiden al cola calleja, ponerse unas pilchitas, agarrar su mochila parchada y partir a pata hasta el plan. Motivado por los restos de ese sol abrileño, se cuela en descenso entre las escalas laberínticas de su cerro favorito. Da lo mismo que camino tome, si cada recoveco lo lleva hasta ese paraíso mal de Diogeniano, que cada fin de semana le trae en manada a tanto guacho en salida de cancha Nike, aprisionándose unos con otros en una asoleada maratón que siempre termina en donde se comenzó el vitrinéo invitrineado de la Street de segunda mano. Pero pase lo que pase, a él siempre le gusta partir en la intersección de dicha avenida, con Pedro Montt. Por la esquina junto al kiosco de la tía Yolanda, cuyo cartel “SAVORY patrocinado”, ya casi ni se lee, después de tanto piedrazo emprotestado, consecuencia de resguardar casi esquinado, el gubernamental edificio estatal.
Él, entusiasmado, cada vez que comienza su recorrido desde esa esquina enflorada, le es inevitable recordar tantas figuritas, laminitas Dragon Ball-izadas, Digimonizadas, tanto colorado Traga Traga en suflé y sus coleccionables tazos de Pokemon, que cada mañana consumían las chauchitas de su colación escolar. Y por las mismas se va, buscando aquel juguetito noventero que en su infancia no pudo dejar de juntar, para poder ser miembro honorable de esas mafias coleccionables e intercambiables del Japo-mono de moda.

   Va por el primer pasaje casi interminable, al lentejo paso del gentío de Wanderino corazón, pero va feliz deambulando en zigzag  para no perderse nada, ningún puestito, ninguna picá, donde pudiese, quién sabe, encontrar alguna baratija que pueda adornar en minúscula presencia la guarida depa-piezera, del hogar que aun comprarte con sus padres. Sigue caminando, regateando por una antigua mini llave para colgarse en su alma-rockero pecho Emo y lo consigue. Un buen precio que deja bastante aun, de esas tres lucrecias que le sobraron de la mala jarana, sin pesque, sin after, de aquellas paganas horas atrás.
   Llega a la esquina, el olor a York derretido, sanguches de potito y empanadas de pino, se lo confirman. A él le cargan esos cruces, ya que nunca sabe si cambiar de pista o continuar por su fiel carril borde callejero. Pero esta vez pasa de largo, tiene tiempo y ganas de seguir ese poto embuzado, que resguardan los tolompa borde blue del enyokiado rapadito tatuado del frente, quien guía su marcha como guaripola de desfile liceano. Entonces, él comienza a preguntarse  por qué los guachos de buzo usan el banano adelante, como cubriendo sus atributos, cual dibujo canuto del jardín del edén. Mientras él, por más que se choca, se apotinga y se refriega contra los bultos, no pierde la concentración de fiel casera en el super de las pulgas.
   Juegos de “SUPER y 64”, a cuatro lucas. Una ganga, pero puras mierdas. Si parece que los DONKEY y los MARIO ya están en extinción. Caballeros del Zodiaco, de esos con armaduras desmontables. Los mismos que le compraba su abuela a mil en su sofisticada versión pirata, por el 97, donde por esas mismas calles abundaban en sobre población. Y él no olvida que amaba al Shun de Andrómeda, ese de armadura rosada y con tetas, que gritaba amaneradamente por su hermano rudo sexón de pelo azúl. Ahora esos mismos, pero más caritos
y a músculos pelados, se venden ahí, como reliquias de un experimental BANDAI Chilensis y el otro empieza a pensar seriamente en desempolvar sus cajitas con POWER RANGER, de esos que daban vuelta la cabeza, para ganarse unas luquitas que le permitan salir a mover el cuerpo otra noche en el sector del loco puerto fletiche. Pero no puede, porque él vio TOY STORY, hasta la “3”, y también se le cayeron los mocos cuando la peuca chica se deshizo de la vaquerita. Además quién sabe, en volá si espera otro par de añitos, el precio suba y algún coleccionista ñoño se los compre por internet.
   Ya llegó al primer final, ahí donde siempre hay cosas de cañerías, una que otra máquina de escribir y muy poquita gente, así que aprovecha de amononarse un cachito la polera y vuelve a meterse en esa jungla de secretos y reliquias de la abuela. Mientras una colección de boletos lo hace pensar que fue una buena idea juntar todos y cada uno de los que recibió a principios de la media, porque una colecta escolar le decía que si juntaba tantos le podían comprar una silla de ruedas a la mamá del Juanito Paja, del 1ºF. Es mejor prevenir que lamentar, decía él.
   Ya más rapidito por el segundo callejón, sigue el colita busquilla en choclón, cotizando una que otra webadita nueva en oferta, aunque sabe perfectamente que cuando tenga plata nunca va a comprar, y un casi destartalado peluche de Oso Panda lo hace volver a sumergir su mano tatuada de disco, entre los piticlines que le quedan. Desde hace años que ama a los Pandas, desde que quedó pegado con ese tal Ranma ½ que daban semanalmente en el Club de los Tigritos, y a él le encantaba el papá mitad oso chino
del karateca que se transformaba en mujer con agüita helada. Desde ahí que viene juntando panditas por montón, entre peluchitos, llaveritos, hasta basureros, lamparitas y tacitas. Compra el mono a mil, y una cocidita loca que jamás llegará, lo hace creer que fue una buena compra.
  Ya volvió al principio, sólo le quedan dos semi calles y sin pensarlo mucho, casi mecanizado en ese ir y venir, vuelve a adentrarse entre la multitud, pero ahora cansado, se distribuye por los pasadizos de uno a otro, y justo cuando pasa bajo el mojón de cobre gigante que se yergue junto al congreso, recibe una llamada. Da lo mismo quien es, él sabe que cualquier excusa siempre es válida para no terminar el recorrido festivo del añejado, pero aun jovial, misterioso sector de la ciudad. Donde, aunque pasen los años, ese patipelado Porteño de corazón, seguirá recorriendo en busca del tesoro perdido. Esa basurita del closet, que para otros llega a ser el recuerdo maravilloso de un preciado pasado en un sacar a 100, y que él también seguirá buscando sin saber exactamente qué es, pero sabiendo siempre, que “eso” existe.
   


Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte