Avenida Argentina, ahuecada. Sí, pero no por eso, deja de soportar a las
multitudes que Dominicalmente se pasean pisoteando su cemento enlechugado, entomatado,
que regularmente, esos Porteñitos no se cansan de recorrer en busca del tesoro
perdido en un afortunado a sacar a cien.
Ya es Domingo, once de la mañana y esa caña post calle Blanco 236 de un carrete
nocturno, no le impiden al cola calleja, ponerse unas pilchitas, agarrar su
mochila parchada y partir a pata hasta el plan. Motivado por los restos de ese
sol abrileño, se cuela en descenso entre las escalas laberínticas de su
cerro favorito. Da lo mismo que camino tome, si cada recoveco lo lleva hasta
ese paraíso mal de Diogeniano, que cada fin de semana le trae en manada a tanto
guacho en salida de cancha Nike, aprisionándose unos con otros en una asoleada
maratón que siempre termina en donde se comenzó el vitrinéo invitrineado de la Street
de segunda mano. Pero pase lo que pase, a él siempre le gusta partir en la
intersección de dicha avenida, con Pedro Montt. Por la esquina junto al kiosco
de la tía Yolanda, cuyo cartel “SAVORY patrocinado”, ya casi ni se lee, después
de tanto piedrazo emprotestado, consecuencia de resguardar casi esquinado, el
gubernamental edificio estatal.
Él, entusiasmado, cada vez que comienza
su recorrido desde esa esquina enflorada, le es inevitable recordar tantas
figuritas, laminitas Dragon Ball-izadas, Digimonizadas, tanto colorado Traga Traga
en suflé y sus coleccionables tazos de Pokemon, que cada mañana consumían las
chauchitas de su colación escolar. Y por las mismas se va, buscando aquel
juguetito noventero que en su infancia no pudo dejar de juntar, para poder ser
miembro honorable de esas mafias coleccionables e intercambiables del Japo-mono
de moda.
Va por el primer pasaje casi interminable,
al lentejo paso del gentío de Wanderino corazón, pero va feliz deambulando en zigzag
para no perderse nada, ningún puestito,
ninguna picá, donde pudiese, quién sabe, encontrar alguna baratija que pueda
adornar en minúscula presencia la guarida depa-piezera, del hogar que aun
comprarte con sus padres. Sigue caminando, regateando por una antigua mini
llave para colgarse en su alma-rockero pecho Emo y lo consigue. Un buen precio
que deja bastante aun, de esas tres lucrecias que le sobraron de la mala
jarana, sin pesque, sin after, de aquellas paganas horas atrás.
Llega a la esquina, el olor a York derretido, sanguches de potito y
empanadas de pino, se lo confirman. A él le cargan esos cruces, ya que nunca
sabe si cambiar de pista o continuar por su fiel carril borde callejero. Pero
esta vez pasa de largo, tiene tiempo y ganas de seguir ese poto embuzado, que resguardan los tolompa borde blue del enyokiado rapadito tatuado del frente, quien guía su marcha como guaripola de desfile liceano. Entonces, él comienza a
preguntarse por qué los guachos de buzo
usan el banano adelante, como cubriendo sus atributos, cual dibujo canuto del jardín
del edén. Mientras él, por más que se choca, se apotinga y se refriega contra
los bultos, no pierde la concentración de fiel casera en el super de las
pulgas.
Juegos de “SUPER y 64”, a cuatro lucas. Una ganga, pero puras mierdas.
Si parece que los DONKEY y los MARIO ya están en extinción. Caballeros del
Zodiaco, de esos con armaduras desmontables. Los mismos que le compraba su
abuela a mil en su sofisticada versión pirata, por el 97, donde por esas mismas calles abundaban en sobre
población. Y él no olvida que amaba al Shun de Andrómeda, ese de armadura
rosada y con tetas, que gritaba amaneradamente por su hermano rudo sexón de
pelo azúl. Ahora esos mismos, pero más caritos
y a músculos pelados, se venden
ahí, como reliquias de un experimental BANDAI Chilensis y el otro empieza a
pensar seriamente en desempolvar sus cajitas con POWER RANGER, de esos que
daban vuelta la cabeza, para ganarse unas luquitas que le permitan salir a
mover el cuerpo otra noche en el sector del loco puerto fletiche. Pero no puede,
porque él vio TOY STORY, hasta la “3”, y también se le cayeron los mocos cuando
la peuca chica se deshizo de la vaquerita. Además quién sabe, en volá si espera
otro par de añitos, el precio suba y algún coleccionista ñoño se los compre por
internet.
Ya llegó al primer final, ahí donde siempre hay cosas de cañerías, una
que otra máquina de escribir y muy poquita gente, así que aprovecha de amononarse
un cachito la polera y vuelve a meterse en esa jungla de secretos y reliquias
de la abuela. Mientras una colección de boletos lo hace pensar que fue una
buena idea juntar todos y cada uno de los que recibió a principios de la media,
porque una colecta escolar le decía que si juntaba tantos le podían comprar una
silla de ruedas a la mamá del Juanito Paja, del 1ºF. Es mejor prevenir que
lamentar, decía él.
Ya más rapidito por el segundo callejón, sigue el colita busquilla en
choclón, cotizando una que otra webadita nueva en oferta, aunque sabe
perfectamente que cuando tenga plata nunca va a comprar, y un casi destartalado peluche de Oso Panda lo hace
volver a sumergir su mano tatuada de disco, entre los piticlines que le quedan.
Desde hace años que ama a los Pandas, desde que quedó pegado con ese tal Ranma ½
que daban semanalmente en el Club de los Tigritos, y a él le encantaba el papá
mitad oso chino
del karateca que se transformaba en
mujer con agüita helada. Desde ahí que viene juntando panditas por montón,
entre peluchitos, llaveritos, hasta basureros, lamparitas y tacitas. Compra el
mono a mil, y una cocidita loca que jamás llegará, lo hace creer que fue una
buena compra.
Ya volvió al principio, sólo le quedan dos semi calles y sin pensarlo
mucho, casi mecanizado en ese ir y venir, vuelve a adentrarse entre la
multitud, pero ahora cansado, se distribuye por los pasadizos de uno a
otro, y justo cuando pasa bajo el mojón de cobre gigante que se yergue junto al
congreso, recibe una llamada. Da lo mismo quien es, él sabe que cualquier
excusa siempre es válida para no terminar el recorrido festivo del añejado,
pero aun jovial, misterioso sector de la ciudad. Donde, aunque pasen los años, ese patipelado Porteño de corazón, seguirá recorriendo en busca del
tesoro perdido. Esa basurita del closet, que para otros llega a ser el recuerdo
maravilloso de un preciado pasado en un sacar a 100, y que él también seguirá
buscando sin saber exactamente qué es, pero sabiendo siempre, que “eso” existe.
Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte