Yo nunca comprendí como fue que en
esa cajita enmaderada fueron aprisionándose tantas letras. Soportándose entre
papelería y servilletas, en dibujos y composiciones que almacenaban instantes,
biografiando momentos con fecha y hora firmados.
Yo nunca me esperaba tantas
palabras sorpresivas en mañanas anochecidas, cuando los cuerpos ya se habían
desligado al frenesí de las distancias, entre pensando deseos, e imaginando
verdades.
Desde esos entonces todo era una
verborrea, frases entre cruzadas que se entrelazaban entre medio de los trenes
del truculento puerto. Versos a la gorra que promulgaban corazones al boleo,
que entre meneo y meneo, iban y venían con más de una nueva carta que sin
código postal se inmiscuía por las paredes señalizando las nuevas direcciones
que se inauguraban de puro tanto amarse. Y querer escaparse para luego
torturarse, tatuando más que pensamientos sobre nuestras pieles grafiteadas de
un no sé qué, ni comprendo tampoco cómo fueron tiñéndose entre un puro árbol
que logró aflorar en el tecnicolor de la novela.
Yo hasta ahora no entiendo cómo se
mantienen ahí miles de letras con insomnio, de noches enteras a velas de humo
que se obligan a perder en universos binarios que se citan académicos. Contra
los plagiados de mentiras que tratan de entrar a la tumba de palo que sostiene
no más que recuerdos, que a veces se escapan a zapatazos entre las nuevas
cuevas que se decoran en celulosas que revolotean formando un pantano. Un
bosque de papel que florece en cada dedicatoria alucinada, por cada verso
imaginario que emana desde el palpitar agitado que anhela aquella lengua que a
conversaciones culminó por recorrerte en 5 idiomas de emociones.
Y yo todavía no entiendo qué podía
salir mal esa noche.
Pd: Sin postdata.