viernes, 8 de enero de 2016

Algo Huele Mal


   Viene dormitando. Echado, recostado con la cabeza de lado en el asiento del bus. A su lado un proyecto de actriz santiaguina, de esas tipo cuiquita Broadway y TV, que no para de articular el botox contra sus compinches rubio cenicienta, hablando de su papi metido en la coca y lo triste que es su vida con un par de dolaritos menos, pero ella es una mujer de esfuerzo y no descansará hasta convertirse en la próxima Elisa de la novela nocturna. Bajo sus lentes tipo mosca tse tse, de seguro, una memory emotiva lagrimilla Stanislavskiana debe estar a punto de chapotear en la cristalidad de su azulado iris, pero el  gringo paquetón que lee a Truman Capote en el asiento número cinco al costado del pasillo, se le hace lejos más interesante que el prototipo chilensis de “Lo que callamos las mujeres lais”.


   Llega el bus al terminal de Valpo, su puerto querido oliente a incontinencias de todo tipo. Su morbo lo sabe y se deleita con ese olor a orinoterapia que pronto lo hace sentir en casa, pero una postal encendida tras los cerros, sella su regreso entre cahuines de colectiveros chispeantes que potencian las tímidas llamaradas humeantes que se divisan a lo lejos desde los palcos cerrunos de palos entre cruzados. Miradores naturales embarrados, que entre sapéo y sapéo sólo dan vista a otros miradores quebracionales, donde los últimos rayos del sol estacional reflejan su tímida luz sobre botellas de Pilsen y packs diseccionados de latas en promoción, haciendo que ese olor a navidad pasada recuerde a sus pobladores que el camión basurero no pasó en harto tiempo y la quebrada junta vecinal fue la mejor guarida para esos tesoros que se camuflan entre el olor a pañal de guacho chico y regla de virginidades desahuciadas, de la elite medio peluna, medio clasista, medio a crédito, medio endeudada de la capital cultural de la raquítica nación.
   Pasan las horas y el mismo viento, que en Septiembre anima en pajas adolescentes colores papeleros que se cortan entre sí, se cuela por escaleras y callejones de casas que siempre fueron color oxido ceniza, pero que la teleserie popular de antaño, no quiso mostrar por miedo al bajo rating que traería el afiche descolorido de las gigantografías e infomerciales televisivos.
Lentamente, la periferia se ilumina en tono infierno, tras un político edificio que parece dar la espalda a los gritos desesperados de un Sodoma y Gomorra casi patrimonial, casi protegido, casi ya extinto del Tourist Map. La tele sube las calles cámara en mano, sobre sus motorizadas Van, para transmitir el safari carroñero que lanza en titular a doña María llorando por su perro Amaro Gómez, calcinado entre las brasas. Al tío Petter, atónito, con sus dos pilchas, mirando el peladero incendiado, ese que lo vio crecer cuando se tiraba en cartones cerro abajo. Entonces llueven los panes batidos con fiambre que suben en caravana desde el plan, cargados en jóvenes mochilas de cuotas estatales. Pero el fuego todavía no se puede apagar y se abren albergues que se llenan de mamis que se pasan después del trabajo a clasificar calzones santiaguinos por tamaño de hoyo. Y en peregrinación suben y suben universitarios, picota en mano, mientras el cola porteño, entre tanta preocupación y tanto sopaipleto bailable para reunir fondos, se deleita viéndolos bajar entierrados con olor a hombre, pensando en cómo ayudar y donde poner su puestito de ducha y masaje gratuito para los hombrones que llegan desde todo chile, entre ellos el mismo gringo paquetón del bus, subiendo el cerro pala al hombro, poto y peo con las cuicas teatreras. Si no digo yo, las tragedias unen al mundo. Y el cola, muy cuarteador será, pero tiene conciencia y escribe en la red social de moda “Cómo no ayudar, si el pueblo es educado para ser mano de obra”. Si poco menos que se nace con la escoba en la mano y la cara con tierra pegada entre los mocos del invierno. Es algo simple subir el cerro a pata, cuando los micreros no te aceptan el pase, pero la juventud no es rencorosa, y como el cabezón Marcelo y sus monos cachureros jubilados le enseñaron que el rencor es malo, ahí están San Roqueando entre nubarrones con el mismo chofer que no les paraba los Lunes en la mañana, porque a los lejos, éste distinguía la universitaria tarjetita azul plastificada.
   Mientras tanto los medios no se quedan atrás. Que si ayuda no publique, que si publica no ayuda, que maten a la weóna con las llamas en el traste, que traigan más ayuda, que ya no traigan nah, que los perros no son prioridad, que la perra es usted, que el matinal, que el noticiario, que la sarna, que se olvidan del Sur, del Norte, del Este y del este otro que se achora y dice, “¿Yo te invité a vivir aquí?”. El turista que se indigna y entre julepe y desconcierto, prefiere ir a conocer La Chascona, total es lo mismo que la Seba. Las calles se llenan de milicos armados resguardando que ningún punga roteque trate de chorearse un plasma diciendo que es de primera necesidad, y el otro cómo chucha no va a pensarlo, si el Rafita, el Vicuñita y las Boloquito, se la pasan diciéndole que se encalille y cague tranquilo. Hileras de camionetas vociferantes, gritan que Pichuncoco ayudó a Valpo, revoloteando a las palomas que cagan sobre lo ya cagado y espantando a los quiltros que culean sobre lo que hace rato fue violado. Un par de machos terneados sacan cuentas sobre lo que será la próxima expansión de su holding favorito y lo bello que se verá encumbrado entre volantines.

   Valpito, la ciudad de los putrefactos meados colorinches, saca pica a las casonas neoclásicas desde sus palafitos, que como la mala hierba nunca morirán y volverán a crecer por esos rincones de la urbe que nadie quiere ver. Donde, como colillas de cigarro tiradas con desprecio sobre el asfalto adoquinado, la mugre, la mierda y lo marginado se seguirán acumulando hasta que un próximo flash vuelva a hacer formar parte del jet set Chilensis a ese "Valpoapartado", travestido de adornos feriantes y perfumado de vino escalereado, donde tarde o temprano, la TV cambiara el incinerado titular por el gol de turno y las tetas nuevas de alguna cabra chica gritona.



Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte