domingo, 18 de mayo de 2014

Sacar a 100



   Avenida Argentina, ahuecada. Sí, pero no por eso, deja de soportar a las multitudes que Dominicalmente se pasean pisoteando su cemento enlechugado, entomatado, que regularmente, esos Porteñitos no se cansan de recorrer en busca del tesoro perdido en un afortunado a sacar a cien.



   Ya es Domingo, once de la mañana y esa caña post calle Blanco 236 de un carrete nocturno, no le impiden al cola calleja, ponerse unas pilchitas, agarrar su mochila parchada y partir a pata hasta el plan. Motivado por los restos de ese sol abrileño, se cuela en descenso entre las escalas laberínticas de su cerro favorito. Da lo mismo que camino tome, si cada recoveco lo lleva hasta ese paraíso mal de Diogeniano, que cada fin de semana le trae en manada a tanto guacho en salida de cancha Nike, aprisionándose unos con otros en una asoleada maratón que siempre termina en donde se comenzó el vitrinéo invitrineado de la Street de segunda mano. Pero pase lo que pase, a él siempre le gusta partir en la intersección de dicha avenida, con Pedro Montt. Por la esquina junto al kiosco de la tía Yolanda, cuyo cartel “SAVORY patrocinado”, ya casi ni se lee, después de tanto piedrazo emprotestado, consecuencia de resguardar casi esquinado, el gubernamental edificio estatal.
Él, entusiasmado, cada vez que comienza su recorrido desde esa esquina enflorada, le es inevitable recordar tantas figuritas, laminitas Dragon Ball-izadas, Digimonizadas, tanto colorado Traga Traga en suflé y sus coleccionables tazos de Pokemon, que cada mañana consumían las chauchitas de su colación escolar. Y por las mismas se va, buscando aquel juguetito noventero que en su infancia no pudo dejar de juntar, para poder ser miembro honorable de esas mafias coleccionables e intercambiables del Japo-mono de moda.

   Va por el primer pasaje casi interminable, al lentejo paso del gentío de Wanderino corazón, pero va feliz deambulando en zigzag  para no perderse nada, ningún puestito, ninguna picá, donde pudiese, quién sabe, encontrar alguna baratija que pueda adornar en minúscula presencia la guarida depa-piezera, del hogar que aun comprarte con sus padres. Sigue caminando, regateando por una antigua mini llave para colgarse en su alma-rockero pecho Emo y lo consigue. Un buen precio que deja bastante aun, de esas tres lucrecias que le sobraron de la mala jarana, sin pesque, sin after, de aquellas paganas horas atrás.
   Llega a la esquina, el olor a York derretido, sanguches de potito y empanadas de pino, se lo confirman. A él le cargan esos cruces, ya que nunca sabe si cambiar de pista o continuar por su fiel carril borde callejero. Pero esta vez pasa de largo, tiene tiempo y ganas de seguir ese poto embuzado, que resguardan los tolompa borde blue del enyokiado rapadito tatuado del frente, quien guía su marcha como guaripola de desfile liceano. Entonces, él comienza a preguntarse  por qué los guachos de buzo usan el banano adelante, como cubriendo sus atributos, cual dibujo canuto del jardín del edén. Mientras él, por más que se choca, se apotinga y se refriega contra los bultos, no pierde la concentración de fiel casera en el super de las pulgas.
   Juegos de “SUPER y 64”, a cuatro lucas. Una ganga, pero puras mierdas. Si parece que los DONKEY y los MARIO ya están en extinción. Caballeros del Zodiaco, de esos con armaduras desmontables. Los mismos que le compraba su abuela a mil en su sofisticada versión pirata, por el 97, donde por esas mismas calles abundaban en sobre población. Y él no olvida que amaba al Shun de Andrómeda, ese de armadura rosada y con tetas, que gritaba amaneradamente por su hermano rudo sexón de pelo azúl. Ahora esos mismos, pero más caritos
y a músculos pelados, se venden ahí, como reliquias de un experimental BANDAI Chilensis y el otro empieza a pensar seriamente en desempolvar sus cajitas con POWER RANGER, de esos que daban vuelta la cabeza, para ganarse unas luquitas que le permitan salir a mover el cuerpo otra noche en el sector del loco puerto fletiche. Pero no puede, porque él vio TOY STORY, hasta la “3”, y también se le cayeron los mocos cuando la peuca chica se deshizo de la vaquerita. Además quién sabe, en volá si espera otro par de añitos, el precio suba y algún coleccionista ñoño se los compre por internet.
   Ya llegó al primer final, ahí donde siempre hay cosas de cañerías, una que otra máquina de escribir y muy poquita gente, así que aprovecha de amononarse un cachito la polera y vuelve a meterse en esa jungla de secretos y reliquias de la abuela. Mientras una colección de boletos lo hace pensar que fue una buena idea juntar todos y cada uno de los que recibió a principios de la media, porque una colecta escolar le decía que si juntaba tantos le podían comprar una silla de ruedas a la mamá del Juanito Paja, del 1ºF. Es mejor prevenir que lamentar, decía él.
   Ya más rapidito por el segundo callejón, sigue el colita busquilla en choclón, cotizando una que otra webadita nueva en oferta, aunque sabe perfectamente que cuando tenga plata nunca va a comprar, y un casi destartalado peluche de Oso Panda lo hace volver a sumergir su mano tatuada de disco, entre los piticlines que le quedan. Desde hace años que ama a los Pandas, desde que quedó pegado con ese tal Ranma ½ que daban semanalmente en el Club de los Tigritos, y a él le encantaba el papá mitad oso chino
del karateca que se transformaba en mujer con agüita helada. Desde ahí que viene juntando panditas por montón, entre peluchitos, llaveritos, hasta basureros, lamparitas y tacitas. Compra el mono a mil, y una cocidita loca que jamás llegará, lo hace creer que fue una buena compra.
  Ya volvió al principio, sólo le quedan dos semi calles y sin pensarlo mucho, casi mecanizado en ese ir y venir, vuelve a adentrarse entre la multitud, pero ahora cansado, se distribuye por los pasadizos de uno a otro, y justo cuando pasa bajo el mojón de cobre gigante que se yergue junto al congreso, recibe una llamada. Da lo mismo quien es, él sabe que cualquier excusa siempre es válida para no terminar el recorrido festivo del añejado, pero aun jovial, misterioso sector de la ciudad. Donde, aunque pasen los años, ese patipelado Porteño de corazón, seguirá recorriendo en busca del tesoro perdido. Esa basurita del closet, que para otros llega a ser el recuerdo maravilloso de un preciado pasado en un sacar a 100, y que él también seguirá buscando sin saber exactamente qué es, pero sabiendo siempre, que “eso” existe.
   


Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte




jueves, 17 de abril de 2014

Anitos con mantequilla



   Y ahí está la ebriada pareja calentona, lamiéndose los cuerpos, degustando cada fragmento carnal de su otra mitad. Intentan no hacer mucho ruido, pero el alcohol ya ha anestesiado la percepción de su actual entorno amoroso, dando rienda suelta a sus gemidos y sonajeras de catre reciclado.
   En la casona de madera ya es natural oír sonidos de amantes que tras encuentros sociales de fogones culturales shuper artísticos hipones, poetizan el interior de ese ameno hogar que da cobijo a los actores duros de cuerpo que desean que esas conocidas y reiteradas noches de tertulia no culminen jamás.
   Las paredes son de papel, y sí, algunas realmente lo son y nunca falta el borrachín morboso con mala suerte que termina solitario acariciando sus extremidades en alguna habitación de ese periférico centro cultural. Y ahí parando la oreja, entre otras partes, se calienta escuchando el dale que suena más próximo de ese orgásmico festival dionisíaco que corona el final de la jarana. Pero la pareja mencionada lo olvida y poco le importa que los oigan, de echo a veces hasta gritan el “viva la performance” a toda voz, como si fuese un trofeo nocturno en la suavidad de su piel.
   Ellos se aman, se desean. Se conocieron prácticamente bajo ese techo enlatado, en uno que otro encuentro pasado, y ahora, posar sus cuerpos sobre los mismos colchones que anidaron sus primeras cachas, enciende y potencia su libido sexual de reencontrarse y reconocer sus cavidades entre copetes.
   Esta vez, el macho penetrador está muy ebrio, y el receptor, deseante de las nalgas virginales de su acompañante, anhela con vehemencia el poder un día, y por qué no esta noche, posar su glande en ese ano regordete que guiña sus manos cada vez que embiste a su presa amada. El joven más lúcido, aprovecha la oportunidad que le brinda esta instancia e intenta por todos los medios profanar esa oscura y lampiña tumba que coquetamente y sin querer queriendo lo invita a degustar. Primero es un dedo ensalivado que con uñas cortadas, acaricia circular el entorno carnoso que lo saluda. Pero el alcohol, los pitos, y el cigarro han hecho estragos en esa garganta que a cuestas arroja gorgojos secos. Dos dedos, caricias, lamidas, nada funciona, nada es suficientemente lubricador para consumar aquel acto vandálico de violar la intimidad del deseo y en una acción desesperada, a hurtadillas, el calentón muchacho se levanta entre la sonajera de tablas, mientras todos duermen. Se dirige al baño, pero no hay jabón, ni cremas. Es natural en esos encuentros bohemios del caserón, llevar hasta tu propio papel higiénico, ya que nunca falta el desagradecido que termina por llevarse hasta el cepillo de dientes más chascón que encuentre a su paso.
   Segunda opción, directo a la cocina, pero no hay aceite. Sólo restos de chela desvanecida, colillas y vasos rotos por doquier. Abre el refrigerador y entre restos de leche y unas cuantas verduras, un pote de mantequilla a medio usar, ilumina y vuelve a encender su mente calenturienta de perversión pornográfica. Ahora, con los mismos dos dedos ya magullados, restriega la suavidad del lácteo amarillento, con los que luego embetunará su miembro rojizo, hinchado de puro amor. Y lubricado en grasas saturadas, sigilosamente vuelve con su amante, penetrando su rica carne, que lo absorbe como cual tostada hirviente deseante de más.

   Ya es de mañana, o en realidad las doce y algo de la tarde, pero los residentes post carrete sobrevivientes del mambo, acostumbrados a la rutina de los vaciles mandragorezcos, saben que nunca es tarde para compartir un fraternal desayuno comunitario en la mesa redonda en donde no sé cómo siempre caben más de diez. Desayuno del día, batidos con mantequilla, y la pareja culpando a la caña, alude entre risas culposas al “no gracias, nosotros ya comimos”, y en un acto de disculpas indirectas toman una escoba y se disponen a barrer restos de una de las tantas noches que como siempre, auspicia sus encuentros fantasiosos del quererse hasta follar.


Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte


lunes, 17 de marzo de 2014

.CUM



   Él ya se había dormido. Su amante apaciguaba su despertar en cada suspiro. El hombre, si es que hombre, era celoso, tanto así que llegaría a los golpes por una simple partida mutua de ajedrez en línea con un desconocido. Su hombre era perfecto, perfecto al menos para el común denominador del ciber infiel regular chileno, aun así temía de las patologías sobre amatorias del pantruqueño pocahontas playanchino, las mismas que lo hacían esconder teléfono, billetera, computador, hasta papel higiénico hecho bolas, que el detectivesco hombresuelo revisaba en caso de que los mocos secos no perteneciesen a su media sandía.
   El amante, años mayor, tampoco era un canapecito de dios, dejémoslo en claro. De vez en cuando le gustaba regocijar su vulgar intelecto diario popular, entre la barbarie cola porteña liceana del carelibro facebookeano, pero aun así amaba al cola mestizo espinilludo, al cual demostraba querer entre apodos, cachamales y garabatos grafiteros. Ambos sufrían y se pololeaban a su modo, qué sé yo. En cosas del amor, cada quién juega su roll. La cosa es que el hombre demostraba ser duro como piedra, tanto como él mismo hubiese deseado sentir su propia pichula envenada y borde protuberante taladrar a hierro seco las pompas “casi”, “semi”, “por un pelo”, “por unas culeadas locas”, virginales, del pequeño tres pelo en pecho. Mientras que el chicuelo era todo lo contrario. Sensible cual glande recién desprepuciado bajo la ducha teléfono del cité a cielo abierto que le ofrecía su mirador tierra granulada, ubicado en las periferias del Playa Ancha tradicional. Polos opuestos se atraen, decían por ahí, y aquí daba lo mismo quien fuese el más o el menos, si juntos eran dinamita pura. Uno con su experiencia cuatroperillezca y el otro con sus locas ganas de aprender a reglazo fresco las clases del dos más dos son cuatro y en cuatro chum pa´ dentro, que le enseñaba con vocación de Santa Teresa de Calcuta su profesorcito ito ito, mientras el otro aprendía a restar con un par de coquitos. Y el guacho chico era re aplicado, como mateo JUNAEB. Si llegaba tempranito a su lección, con olorcito a AVON, LEBEL u ORIFLAME. Lo que estuviese al alcance de su mami, que lo mandaba con el platanito peláo, listo para dejarlo brillosito sobre el escritorio del Mister. Pero como todo primer alumno de la clase, algo malo debía tener, y es que el auto proclamado presidente de curso era egoísta como él solo y no le gustaba compartir su lechesita de vainilla, calentita, que esperaba a primera fila apenas tocaba la colación. “Compartir es vivir”, le decía con aires de pedagogo de la universidad de la vida, su amante amado amor, mientras el pequeño cola, indignado se sacaba el uniforme del hermano chico y a ceño fruncido y taimaduras típicas de esas de veinteañeros que les cuesta asumir que ya hace rato pasaron la pubertad, decía que ya no quería jugar más, pero al otro día llegaba vestido de enfermero, bombero, o astronauta, lo que le diese su loco imaginario de artista calleja, tan creativo, tan bueno pal webéo, si él era como tonto pal que ya escribí, y era eso mismo lo que traía vuelto creisi a su pololo sin nombre. Porque el otro hombrón también le daba su color y decía que no le gustaba ponerse nombres, ni etiquetas, que eso al final arruinaba la relación y se iba de nuevo en sus discursos neo liberales, neo chuper locos, neo hippie de whatsapp. Y qué, si al final igual los dos se daban como coca express de pobla, se les derretía el YORK y compartían arrumacos, añuñucos y hasta sus mocos.
   A la parejita le gustaba pelear, a veces creo que ellos pensaban que así se fortalecía su relación inbautizada, y entre celopatías, burlas y desprecios, más trataban el uno al otro de demostrarse cuanto se querían en No Secreto. Si “un error lo comete cualquiera”, “lo importante es perdonar”. Uno culpaba su madurez, el otro a su inexperiencia. A la larga la culpa la tiene cualquiera, si no es el chancho es el que le da el afrecho. No tengo idea que es eso, pero al que madruga dios le ayuda y aquí ya son las cero tres.
   A él le gustaba escribir, culear, comer y dormir. A su amante dormir, comer, culear, luego escribir. Y en eso estaba cuando el otro despertó y no le gustó lo que leyó.


PD: ♥


Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE





miércoles, 19 de febrero de 2014

El Super



   Carne vegetal, sopas para uno, un par de hallullas, medio kilo de fruta, da lo mismo cual. Uno que otro yogurt o empanada, para de vez en cuando variar al picadillo salado. Weás rápidas, lo típico como para un hombre solo, como para un treintón soltero. Siempre me pregunto si es que él lo notará y me encanta creer que sí.
  Paradero nueve, mi cerro, el de siempre, sólo que esta vez con el toque modernista del supermercado poblacional. Casi incrustado a media quebrada, intentando hacer juego con las mediaguas colorientas que lo circundan y viendo fallecer venta a venta a los almacenes del viejo Carlos y la Tía Margarita.
   Todos los días, volviendo del trabajo, se me hace imprescindible arrastrar algún producto por el metálico reluciente de las cajas del nuevo local. Puede ser cualquiera, lo que importa es lo que me espera al final con sus manos curtidas de cortar pita, amarrando cajas. Sus dedos retambaleándose sobre el plástico logotipeádo del holding empresarial, que por arte del subdesarrollo y el disque progreso, intenta tomarse la periferia con sus tarjetas de pulpería del nuevo siglo.
   Pantalón de jeans, polerita azul, el último botón abierto al cuello deja entrever una cadena barata con la imagen de una virgen. Lleva unos zapatos negros que me hacen fantasear que aún es escolar, pero tiene veinte, lo sé. Lo he escuchado entre las largas filas que acompañan mi jotéo diario del volver a casa. A veces hasta antes de ir, paso a mi humilde techumbre de latón y me arreglo un poco. La mano de obra del nuevo edificio de la esquina me deja las manos y la ropa entierrada, engrasada, encementada, y yo debo tener mis manos pulcras cuando le entregue al guacho su merecida propina al rosarle su palma izquierda. Es zurdo el hombre, también lo he notado. Hace una artimaña con sus dedos con la que cierra cada paquete en fracción de segundos. Se mueve rápido, de vez en cuando toma un carro tan grande con su flacucho cuerpo despendejado, que hace pensar que se le irá en collera y en cualquier momento se agachara a recoger la gran cagada, mostrándome sus Boxer Milano con la raja marcada en sudor de tanto estar parado entre el viento acondicionado que se enclaustra para hacer juego con la música de paso zombie que ambienta el local.
   Viernes de Mayo, ocho y media de la noche. Una vieja rulienta, media coja, media mujer, se aproxima al jovencito luego de recibir orgullosa su boleta por donar tres pesos a una fundación de hámsters con hidrocefalia. Lleva cinco bolsas que no se ven tan pesadas, pero aun así le pregunta al muchacho si la ayuda con los paquetes, que su casa no pasa las cuatro cuadras, que le dará propina y un vaso de yupi frutilla, recién hecho, recién revuelto. Mi corazón se acelera esperando la respuesta y al seguro “Claro, vamos”, del veinteañero, mi lengua inquieta hace cancelar la compra oblea chocolate a la señora Nancy, según la tarjetita que se engancha unos centímetros más arriba del pezón de la cajera. Me aproximo hasta mi hogar, dulce hogar. Lavo la loza, estiro la cama, abro las ventanas, prendo un incienso, cambio los papeles del baño, una barrida loca y una ducha fugaz. Ha pasado algo más de una hora, yo vuelvo al super, emperifollado, cagado de hambre y con una venda café claro enrollando mi mano derecha. Esta vez son verduras, jugos en caja, fideos, arroz, azúcar, lo que sea que haga peso, mucho peso, necesito peso. Llego a la fila con el carro casi lleno y ahí está el patipelado de ojos negros, esperándome, mirando al jugo las latas de chela heladitas, recién sacadas del refrigerante. Avanzo, pago, no dono los pesos, pero los dejo en caja. El zurdito hace su show de los dedos rápidos con mis bolsas, dejando ocho hermosos paquetes que para mí son un regalo divino de San Cacha Express. ¿Me vay a dejar? Tengo la mano mala. Son tres cuadras no más. El super ya está cerrando le dice la Sita Berta al post puberto. Hago esta y me voy al toque. Nos vemos el Lunes. ¡Lotería! Grito en mi interior, escapándoseme el indio yankie que llevo dentro, tapado por el sudor alcoholizado de mi Paco Rabanne en oferta. Salimos por la pequeña puerta del blindaje metálico que ya bajó, a penas, el viejo guardia del recinto. ¿Fumái? Sí. ¿Queríh? Le pregunto mostrándole mis Pall Mall Click de doce. Cuando lleguemos, ahora tengo las manos ocupás. Responde riéndose, dejando ver su colmillo derecho montado al premolar. Yo con la aceleración ya no sé ni que digo. ¿Eríh de por aquí? ¿Estudiái? ¿Tení hermanos? No muchas preguntas para el poco recorrido, todas coronadas por un monosílabo, “Sí”. Llegamos. ¿Teníh perro? No, vivo solo. Deja las bolsas en la cocina, sí, es esa. ¿Puedo pasar al baño? Estoy que me méo. Dale, es la puerta de al fondo. Dejo las weás en las bolsas y me preocupo sólo de meter las latitas al frío, dejando dos afuera. Vuelve el guacho. ¿Queríh? ¿Me vay a pagar igual? Le paso cinco lucas, haciéndome el pudiente simpaticón, así como para caerle en gracia al chiquillo. Salúh entonces. Suena el crash y al primer sorbo se moja la polera. Tiene las axilas timbradas por el sudor del sobaco. Se ve tan rico ahí, todo pegajoso, como pa´ chuparle la chelita del cuello a lengüetazos, si hasta se le remarcó una tetilla. Mi sueño, mi fantasía, justo al frente, en mi casa, en mi comedor. Se toma la chela al seco, me mira con su cara ojerosa de joven poblacional y me dice “Estamos”. Cuando veo ante mis ojos desesperados que se empieza a dar la vuelta hacia la puerta, suena entre sus labios pegotes el comodín del “Ahora te acepto el cigarro”. ¿No te tinca una sombrilla, mejor? Un lucazo que le compré al cabezón drogo de la esquina. Pa´ la luna, buena voláh. ¿Qué le hace el agua al pescáo? Vamos al patio, mientras yo llevo cuatro chelas más con la esperanza de que esto vaya pa´ largo.




Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE


miércoles, 12 de febrero de 2014

De Plástico




   Dibujos animados. Pipiripao con su toque oriental de Heidi y Candy Candy, Hanna Barbera con los Picapiedra y su contraparte futurista atendida por la Robotina, Warner Bross con los Loney Tunes, Porky y su “Eso es to, eso es to, eso es todo amigos”, el Show de Tex Avery, pues como olvidar a Droopy y su inexpresiva felicidad. Las mismas caricaturas, tan repetidamente como el fondo dibujado a 24 cuadros por segundo que recorren los mismos personajes, las mismas veces, una y otra vez. El niño lo sabe, pero se ríe y se entretiene sabiendo que su padre de vez en cuando llega con algún VHS Disney Adventure para sacarlo de la rutina. Esta vez es La Sirenita y su canto angelical. Tan tierna, tan dulce, tan pobrecita queriendo ser lo contrario a lo que papi dios le regaló al nacer. Además es colorina, piensa el infante. ¿Eso existe? ¿Será teñida? Que peinadita se ve abajo del agua, le comenta el pequeño a su seis años mayor hermana que alucina con los bellos ojos celestes del Principe Eric y su sonrisa perfecta, su espalda perfecta, sus piernas perfectas, su culo perfecto, su todo tan perfecto, si hasta su mejor amigo es un perro felpudito felpudito, como la champa noventera que ha de guardar el tan sensual príncipe bajo sus ajustados pantalones azules.
   

   Es navidad y entre los View Master con sus diapositivas de autos y barquitos, entre tanto dinosaurio a cuerda de colección, rompecabezas, vehículos a control remoto, milicos verdes y tan de plástico como en la realidad, tanto juguetito y tanta webada, que el chiquitito abre sin parar con su sonrisa contratada, igual que la del ya sacado al baile Droopy, esperando que el hombre de los renos se apiade y le traiga aunque sea un robot para poder vestirlo con los pañitos de lana del comedor. Igual que tantos frustrados mini coliza que terminan odiando al pobre viejo navideño, y así como que no quiere la cosa empiezan a toquetear el set de My litlle Pony que le llegó a la hermana, o la nueva Barbie enfermera, gimnasta, abogada, cocinera, ama de casa, a veces puta, a veces sola, a veces con el morocho hombre sin paquete que le toca por sorteo, porque quién se fija en el Ken, si lo que importa es la Barbie con su rubio pelo bien largo para que dure harto cada vez que la princesa del hogar le baje lo artista y se las dé de peluquera. Pero ese año a la chicoca no le trajeron su anhelada Rosalba que es como tú de alta y su pelo crece para que puedas peinarla, no. A ella le trajeron la Barbie Sirenita. Muy original en su caja azul, muy sofisticada con su set invernal de ropa tejida en lana, pero que aun así la enrabiada pendeja tiró a la mierda, porque no venía con el culón del Eric, y que ella quería la Rosalba, y que los odiaba a todos, y que su mamá no le daba pan con manjar colún.
   Ahí quedó entonces la muñeca, bien vestidita con su traje versión humanoide de faldón azul, corsé negro y manguitas blancas traslúcidas. Paradita sonriente en la repisa rosa de la habitación de la peque, donde en misión Tortuga Ninja entraba el hermanito menor a buscar a su amada colorina cola de pez, con la que camuflada entre autitos de colores, el muchacho se pasaba la tarde peinando y probando atuendos, fingiendo los “Ruuum Ruuum” de los motores, cada vez que sentía a algún mayor acercarse al orgullo del taita. Ariel, se llamaba su nueva y plástica amiga subacuática. Ariel, si hasta nombre de hombre tenía la desgraciada, pero yacía muy de labios pintados y peto tropical. Estaban hechos tal para cual, teta y sostén. Hasta que una tarde de invierno, en esos años donde al menor le empezaba a picar un poquito de más el pilín, tomó a su amada de eterna sonrisa, montaron juntos su auto a pedales, donde las piernas del mocoso ya casi no entraban y la llevó al olvidado cuartucho de atrás, ese que quedaba atravesando el patio. La desnudó despacito, muy despacito casi pidiendo permiso, respirándole en la cara su congelado aliento vaporoso, como lanzándole a propósito el humo de un inhalado cigarro, y con la muchacha en pelota, el experimental polluelo se tendió en el piso entierrado, dejando prisionera a su cita entre el buzo pantalón y su suave pelvis pelada, esperando un par de minutos expectante de una realidad desconocida e inexplorada en su corta juventud. No habrán pasado más de dos vueltas de reloj, hasta que con las manos temblorosas y mientras intentaba devolverle sus ropajes revolcados por la aquietada acción, oyó la temida voz de su amachado padre, quién lo buscaba para salir a jugar al balón, y sabiendo que él jamás comprendería aquel tiernucho acto de amor que el chiquitín había cometido, el inocente desvirgado por la sexualidad censurada sin pezones de MATTEL, salió arrancando del lugar, dejando a su compañera sola, de patas abiertas, hocico a tierra, despeinada y a medio vestir.
   Pasaron algunas semanas hasta que la madre del niño, buscando quién sabe qué en el viejo cuarto al fondo del patio, encontró a la bella Ariel, ahora no tan bella, ahora hecha mujer. De cara al piso, los días borraron su eterna sonrisa. El pequeño avergonzado por aquel acto de cobardía, jamás nunca volvió a mirarla a sus gastados ojos, nunca al menos hasta que alertado por el estreno en señal abierta de Chucky el muñeco asesino, tomó temeroso a su antigua amiga y la botó en el basurero de la esquina.

   A la navidad siguiente su berinchuda hermana, finalmente recibió su medio metro de rubia Rosalba, haciendo florecer nuevamente el corazón confundido del ahora seis añero explorador muchacho, pero esa sin duda fue otra acalorada y experimental historia.



Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE


martes, 4 de febrero de 2014

Rocker Love

  

   Él revisaba el FLOG de su idealizado Rocker al menos unas veinte veces al día, sólo para ver si esas encadenadas caderas subían una que otra foto de sus ensombrecidos ojos achinados, tan de moda, tan cotizados al contacto intercambiado del fluor fucsia y al vampirizado blanco que lo hacían recordar al fallecido PINK, ese perro siberiano que le obsequiaron al cumplir los cuatro de edad. Mientras el amado Rockerito presumía ahí, tan esbelto, su tatuada anorexia en cada PIC, en cada uno de esos posteos llenos de grotescas palabras aludientes al modernismo del sexo, droga y Rock & Roll. Esas no tan formuladas frases que hacían al ciber fan desear mordisquear sus rasguñadas costillas marcadas por largas y enmaltecidas uñas del carcomido negro que sus chuecos dientes mordisqueaban entre el pixeleado flash. Te vas a F/F. El otro día me pareció verte. Buen look. Me encantan tus pantalones rotos ahí. Sí, justo ahí. ¿Das EME ESE ENE? Te agrego, tranqui. Esta cosa va algo lenta.
   Entonces un par de charlas otoñales subían el tono del fraseo intermitente de cada enviar. Tengo ganas. Yo también. Debe ser el calor. El calor incrementado por las risas, las preguntas y el envío de la pegada CAM. El emocionado joven desde un ciber y el tan deseado Rocker en su allegada casa entre los suburbios Placilleros de ese alejado sector de Valparaíso. Mientras, el clavado rostro de metálicos piercings guiñaba mordiéndose los labios, lamiendo con su atravesada lengua restos de la Becker que haciéndose el bakán bebía. Te quiero violenciar. Es hacerlo con violencia. ¿Lo habías oído? El hipnotizado muchacho que creía tener experiencia por juguetear de vez en cuando con sus primos del interior a todo respondía con un deseoso e inocente sí, sin imaginar que luego de un par de días de charla concretarían una amigable cita, sólo para conocerse un poco, y entre los ropiparchados amigos del popular Rock Star, quienes miraban con disimulado celo al moreno nuevo amigo de su gurú, se daba la anhelada instancia de compartir algunas chelas y ron limón en un depa del Gomez Carreño Viñamarino.
   Un alfombrado cuarto vacío, acompañado de una automática lavadora y un ventanal que iluminaba a penumbra las perforadas tetillas de ese sueño casi concreto, tan real como ambos penes erectos chocando en un combate isabelino, mientras sus lenguas recorrían en punta clavícula a clavícula, marcando a colmillazos el recorrido del ensalibado camino. Tirado a espaldas del suelo, yacía el ebrio adolescente ensoñado ante el alcohol que sobre sus formados abdominales el masoquista Rocker succionaba de sus inexplorados rincones, para luego contra la pared sentir apuñaladas sus englobadas nalgas, mientras gemidos como aullidos a la circular luna lo iban volviendo un enculado lobo.
   Cambio de habitación, la desarmada cama doble plaza de los dueños de casa, el reluciente baño ceramizado y la maderera gran mesa del comedor. Ya no quiero. ¿Tienes miedo? Al grito del silencio el vampirito de internet encendía un cigarro. Tranquilo. Traspasó el humo de garganta a garganta, mientras la ebriedad se hacía presente entre mordiscos labiales de las irritadas bocas que llevaban horas intercambiando corporales fluidos. Ahora era el domesticado Rocker quien se revolcaba boca abajo. Es tu turno. No puedo. ¿No quieres? Tengo miedo. ¿De mí? De enamorarme. Nos conocimos hoy. Pero hablamos hace días. Disfruta la noche. Eso hago. Podrías hacerlo más. Relájate. El lampiño culo flacucho del ciber amante fue tatuado con la deformada mandíbula el temor. El perforado Rocker afirmándose del mueble más cercano, aumentaba su lordosis apuntando al cielo y era tiernamente acariciado con las caderas de su acompañante. Ternura que al rato se volvió violenta entre estrenados mordiscos y sangrantes rasguños de piel que dejaban a ambos cuerpos tiritones. Antes del último aullido, el sodomizado piel de papel tragó la sangre blanquecina de la presa enrojecida. Su boca chorreante se iluminaba ante la enmarcada luna, que volvía a las bestias dóciles como los pubertos que en realidad nunca dejaron de ser.
   Fue así como desnudos y antes de cerrar sus ojos, ambos cuerpos sellaron su primer masoca noche en una foto que nunca recibiría el posteo del popular FOTOLOG, ni tampoco del venidero FACEBOOK. Sólo, luego de infinitas muchas noches después de ese choque de fríos maniquíes, al cumplirse otro año del natalicio del ya no amado Rockerito, la misma foto que sello el desvirgue del morocho cibernauta, sería subida a una dirección de internet cualquiera, deseándole, el ya no tan joven muchacho, un simbólico feliz cumple al ladrón de su castidad. Al Rocker, su primer y ya no On-line amor que aquella noche hizo arder su cuerpo, curando las heridas del rasguño con los restos de alcohol que vertía desde su perforada boca.  






Relato incluido en el libro "Valpoapartado"
Por PUNTO APARTE


martes, 7 de enero de 2014

Mi LOLA



   Tenía quince años y el típico síndrome de pendejo EMO de querer matarse. En voláh, sólo para llamar la atención, lo asumo. Ya saben, la vieja historia de que tus viejos son separados, a tu papá no lo ves hace caleta de tiempo y tu mamá trabaja tanto que ni siquiera sabe que te cargan esas mierdas de pasteles con marrasquino que te trae a diario y que teníh que pasar con un tazón gigante de té para no hacerle el desprecio.

   Dos y media de la mañana, pesco mi celular y despierto a mi vieja. Mamá, dígame Te quiero. Le corto, sigo caminando y cuando despabilo un poco doblo por la calle donde está la Teletón. La cabeza no me da más, todo me da vueltas, veo borroso y en eso cacho la sombra de un montón de weónes que se me vienen acercando. Conchetumare, cagué, me van a asaltar. Trato de mantenerme vivo, pero ya están muy cerca. ¿Teníh quinientoh? ¿Teníh monéa? ¡No me hagan nah, weón! ¡No tengo plata! Son quinientoh. Lo chupamos por quinientoh. Entonces abro un poco más los azules y cacho que un montón de travestis me tenían rodeado, caigo de rodillas y me pongo a llorar. Todas se rieron, todas menos una, La LOLA. Las despachó a todas en un dos por tres, me sentó en la vereda y me secó las lágrimas. Conversamos tanto que no me di ni cuenta cuando ya estaba claro. Entonces por primera vez desde que era pendejo sentí ese calor de madre, ese que ni mi propia madre había sido capaz de darme. En ese momento supe que nunca iba a dejarla sola, porque ella era MI LOLA.



Fragmento de "Tres Tristes Travas"
Por PUNTO APARTE