Entre hojas caídas de otoños ventisqueros, salpicando los charcos,
peldaño a peldaño de escaleras trizadas, imaginando escudos y espadas por los
basurales de la quebrada parque más cercana a su casita de colores, pintada
como una más por las fotografías de los cerros. Por esos lugares, tan comunes,
tan propios de su infante imaginación, corretea el niño con su fiel él mismo, creando
mundos aventureros de fantasías al viento, entre olores y matorrales, perros y
palomas como monstruos articulados por el hambre. Sin ningún cariño, sin ni una
mirada, se vuelven compañeros, sin quererlo, sin notarlo en el día a día, al
salir de la escuela. Por esos tiempos el internet es casi desconocido, para
esos alejados sectores de los cerros, más un para un niño enguachado por el
trabajo de sus padres, que lo obliga e impulsa a crear fantasilandias en las
plazas y guaridas secretas por los pasajes y rincones de su población solitaria
de volantines y trompos.
Con la cara entierrada y esa polera puesta a tirones, cuando la rutina
juguetera se vuelve incomprensible ante su tradición patiperra, toda basura,
toda rama, todas las piedras de su camino son televisadas en una promoción del
libre pensar, y la felicidad se vuelve gratis con unas cuantas formas, colores
y texturas entremezcladas para su deleite generoso. Con tan sólo un cordón de
zapatos arrancado que lleva entre sus dedos, baja y sube apresurado el cerro,
escalando sus diagonales ficticias y derribando aquellos muros inexistentes que
bloquean su libre andar.
Con las lluvias torrentes de esos inviernos noventeros, los bordes de
sus veredas se tornan crecientes ríos que desembocan en las inundaciones del
plan. Entonces él clava su bandera estrelli-rota en la cúspide de su real
alcance, por las lomas de su cerro. Y un periódico papel como cualquier basura más,
es doblado con exploraciones manufactureras hasta origamizar un barco letrado
por frases en collage, hasta ser puesto sobre el agua que resbala calles abajo
con sus sueños de tripulante descubridor y conquistador de rincones. Y atravesando
obstáculos por cada esquina, sobre cada montículo de asfaltos rotos, cada segundo
toman más velocidad. El niño y su barco, fusionados por la combustión fugaz de
la alegría inocente que no pide mucho, que no anhela tanto, sólo juega y se
deja llevar por la lluvia ensuelada que acarrea la mugre de su imaginar
despertado por las bocinas del centro.
De subida, la travesía es distinta. Y aunque el camino puede ser siempre
el mismo, cada vuelta él la vive como un desafío indezafiado de sus pasos que
sin darse cuenta, se agrandan en cada pisar, aplastando de a poco sus ganas de
vencer hasta lo imposible.
“Ahí uno
quiere puro ser capitán de su propio barco. Y como si este fuese de papel,
salir disparado cerro abajo atravesando todos los obstáculos que se te crucen
hasta llegar a los mismísimos pies del que te vio crecer, mirar para arriba y
decir, subamos de nuevo para sentir la adrenalina…”
(Punto Aparte, "Barcos de Papel", 2013)