Cae la lluvia, empañando continuamente el parabrisas de papá taxista. Así deseo llamar al hombre que conduce el colectivo esa tarde de cotidiana subida periférica al cerro. Tiene unos cuarenta, tal vez un poco más. Yo le pregunto cuánto es el pasaje desde mi calle hasta ese nuevo sector poblacional en donde me disponía a visitar a un amigo. El viento hacía sonar cada vez más los techos de latón de las casas del camino. Él manejaba lento, posiblemente esperaba encontrar otro pasajero que necesitase sus servicios móviles esa tarde de Domingo final mundialera.
Sobre el típico mesoncito que tienen los autos al frente de los
asientos delanteros, había un par de juguetes, lo que me hacía pensar que tal
vez aquel hombre tenía hijos o al menos un varón. El primero era un Batman sobre una moto, con su culito bien para atrás y una plástica capa que ocultaba
su potito enmallado, listo para ser lamido y sodomizado en una fantasía látex.
Si hasta parecía que sus manos estaban amarradas contra el volante, dejando
dispuesto e indefenso a ese hombre misterioso que se ocultaba bajo ese antifaz
super heróico. Siempre me gustó Batman, era mi super héroe favorito. Me
encantaba verlo sumergido en esa ciudad super darks emo infantilizada, haciendo
piruetas, colgando de los edificios, esperando que en algún momento en una abertura
y cerrada de piernas se marcase aunque sea por cuarto de segundo su caricaturizado
Bati-paquete. Ahora lo tenía ante mí, como siempre desee tenerlo, pero en una
versión Mattel, con sus músculos bien ceñidos y abultados en una copia
juguetera sexualizada, bien típica de mediado de los noventa.
El segundo juguete era un oso de peluche, un poco más grande que el
Batman motoquero que yacía frente a él, ofreciéndole su jugoso ano bien
pegadito contra su vientre. Con el oso era inevitable imaginar uno de esos
velludos hombres de internet, bien pechuones y con aros gruesos en las tetillas.
El oso era tiernucho, le faltaba el puro corazón en la guata para parecer
cariñosito. Pero esa puta mirada de weón, más me hacía pensar en el orgasmo que
sentía el animal al sentir su peluda tula en el agujero bati-constrictor del
caballero de la noche. Quería tomarle una foto al cuadro plástico que me
deleitaba, pero sabía que sería muy extraño de mi parte. Sin embargo intentaba
guardar en el HD de mi mente la juguetera imagen que mis ojos no paraban de
mirar, intentando buscar el Angulo adecuado.
Cuando noté que el chofer me observaba de reojo, me cohibí y para romper
el acto pregunté si faltaba mucho para llegar. Hasta aquí llega la población
que buscas, me dijo. Y yo, asustado, creyendo que me había pasado de largo le
pregunté si por ahí había alguna verdulería. Con el auto detenido, el hombre me
mira fijamente, sonríe y me responde que quedaba una cuadra más allá. Vuelve a
hacer partir el auto y al llegar, me despido visualmente de los juguetes,
intentando no olvidar ningún detalle, ni ninguna posición. Bajo del auto y
antes de cerrar la puerta, Papá taxista me pregunta con mirada devoradora. ¿Te
gusta mucho Batman? Yo sólo sonreí.
Relato incluido en el libro “Valpoapartado”
Por Punto Aparte
pero qué sumiso el batman, todo amarrado y culito parado xd, me pasé rollos :$
ResponderEliminarxd
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar